Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

Sin fatigas y sin quebrar la continuidad de los esfuerzos, Eurípedes
hojeaba los libros atentamente, coordinando conceptos, reuniendo datos,
sorbiendo nuevos conocimientos.
El Dr. Onofre acompañaba con aprehensión este hecho y llegó a
interpelar a “Mogico” al respecto, acentuando:
–Creo que Eurípedes es muy joven como para leer estos libros…
sería bueno prohibirle estas lecturas…
–Eso haré – asintió el amigo.
De inmediato, “Mogico” encomendaba a la esposa la tarea de
conversar con el hijo…
El jovencito revela serena y firme decisión, cuando interrumpe la
interpelación materna con la ternura habitual:
¡No descansaré, Madre, mientras no encuentre un camino para
erradicar el mal que tanto le aflige! No descansaré mientras no logre
curarla…
La Madre no insistió en su absurdo pedido, pero justificable para
su dulce simplicidad.
Se apartó con los ojos llenos de lágrimas…
Eurípedes buscaba los medios, que su dedicación inspiraba, para
aminorar los padecimientos de la adorada madre, inclusive en la religión.
Cumplía con devoción los deberes religiosos, sin olvidarse jamás
del Rosario y del Misal en los Oficios. Su lugar de todos los días estaba
junto al altar mayor, al lado del vicario oficiante.
Terminados los cultos, tomaba rumbo a su casa, desviándose de
las maquinaciones y encuentros susceptibles de macular el encanto de las
horas vividas en la oración.
Esa piedad y las tareas voluntarias en la Hermandad de San Vicente
de Paúl, de la que era cofundador, buscaban el propósito de hacerse digno
de gracia, para curar a su madre.
Por eso, su euforia se traducía en el entusiasmo con el que disponía
las cosas necesarias en la maleta, para su larga estancia en Río.
La Madre lo ayudaba en lo que podía, cociendo y organizando las
ropas del hijo.
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