Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

Un inmenso silencio secundó las valientes y nobles palabras del
centurión. Irritados, los jueces ordenaron que se lo llevaran, enviándolo a las
fieras, en la primera tanda de cristianos remitida a los circos, sirviendo de
ejemplo a todos los conciudadanos, para que no se atreviesen a desafiar las
determinaciones del Imperio. Jesús constituía persona no grata y sus seguidores
también. ¡Muerte para ellos!
Los compañeros de celda lo vieron retornar… Los soldados arrojaron
a Marcos Virgilio rudamente al suelo cubierto de pútrida paja… El centurión
se arrastró hacia uno de los rincones y las lágrimas descendieron de sus ojos.
El romano amaba al Maestro, pero aún no podía dejar de angustiarse por la
simulación de juicio y con la manera de actuar de los patricios, muchos de los
cuales eran personas con las que había convivido, y que le conocían. A algunos
los había auxiliado con sabios y provechosos consejos, siempre calcados en
la doctrina del Maestro, aunque no lo supiesen… ¿Por qué tanta ira, si Jesús
jamás amenazó su reino de la tierra?
Adormeció.
Como otrora, cuando presenció el tormento infligido al Maestro, su
espíritu dejó los lazos opresores del cuerpo, dirigiéndose a excelsos parajes
del Mundo Espiritual. El hombre sentado en la piedra, los pies entre las
mimosas y fragrantes florecillas del campo, lo aguardaba. Le sonrió, con la
misma sonrisa buena y amiga de cuando lo investigara, recomendándole:
–¿Recuerdas mis últimas palabras? Sirven para ti y para todos los que
se encuentran en los difíciles embates de la vida: “Padre, perdónales, pues no
saben lo que hacen…” A fin de cuentas, ¿no aprendiste aún que cada uno
ofrece y da de aquello que tiene? ¡Entonces! Tú darás de tu amor, pues tienes
más para dar… ¡No te aflijas! ¡Confía y ama! ¡Perdona! ¿Estás angustiado?
¿Cuándo aprenderás que sólo somos alcanzados cuando lo permitimos?
Esperaste demasiado de tus coterráneos, pero ellos nada prometieron… Tú
mismo delineaste las expectativas…
Al despertar, recordó claramente el “sueño”. ¡Había estado con Jesús!
¡Él tomaría cuenta de sus últimos momentos, lo aguardaría, seguramente,
después de la hora difícil y extrema! Una sensación de paz lo envolvió y la
angustia se diluyó en perdón…
Un hombre diferente de aquel que había sido arrojado en la mazmorra
el día anterior se irguió del infecto suelo. ¡Sus palabras llevaron a los
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