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Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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Las manos del Maestro se extendieron hacia la niñita en brazos. Una<br />

de ellas le acarició los cabellos, acomodándoselos; la otra le tocó los ojos<br />

instintivamente cerrados. Primero el derecho, después el izquierdo, mientras<br />

las pequeñas manos tanteaban, asiéndose finalmente a la fuerte y bronceada<br />

mano de Jesús… Él se rió con la risa buena y profunda de los que aman.<br />

–¡Ve, pequeñita, ve las bellezas que nuestro Padre creó!<br />

Los ojos, hasta entonces ciegos, pestañearon bajo la áurea luz del<br />

crepúsculo. Inicialmente vieron a Jesús, después el verde mar, de blancas y<br />

espumantes olas, y más allá el sol, como una inmensa bola de fuego,<br />

sumergiéndose en las distantes aguas unidas al cielo…<br />

Con insistentes súplicas, otros ya desviaron la atención del Maestro y<br />

Él proseguía siempre…<br />

Una mujer llorando le arrebató de los brazos a la hija, postrándose de<br />

rodillas en agradecimiento a Aquél que ya se había ido, entregado a los dulces<br />

servicios del Amor.<br />

Enmudecido, estático, atónito, se quedó observándolo, pues para eso<br />

había venido.<br />

Palabras de consuelo, esclarecimientos, alivio para superlativos<br />

dolores…<br />

Descubriría, en los meses siguientes, que Jesús jamás se permitía<br />

desperdiciar el tiempo, ocupando cada minuto en explicar e iluminar, como si<br />

hubiese un plan a ser seguido, una hora predeterminada para el cierre de su<br />

trayectoria, y ese momento de su despedida estuviese próximo.<br />

Mezclándose con la multitud de cada lugar, lo siguió, anotando<br />

mentalmente palabras, gestos y actos, cuidadosamente descritos por la noche<br />

en pergaminos, a la luz de los candiles, en el silencio de las posadas o en<br />

cualquier lugar que le sirviese de albergue, pues espiar a Jesús implicaba no<br />

tener un lugar seguro para reposar. Basado en tales anotaciones, elaboraría<br />

los relatos que serían enviados a las autoridades romanas.<br />

En Cafarnaún, en casa de un pescador llamado Simón, presenció cuando<br />

una mujer, envuelta en amplio manto, cayó a los pies del Maestro, apartando<br />

los paños y dejando ver un rostro y un cuerpo de impresionante belleza. Las<br />

candelas iluminaban su hermosura, sus lágrimas, y su desesperación. Entonces,<br />

Jesús la llamó por su nombre, como si la conociese desde hacía mucho tiempo,<br />

ANUARIO ESPÍRITA 69

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