Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!
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–“Los sanos no precisan de médico…”<br />
¡Y se quedó!<br />
Desapercibidos, pasaron algunos años. Marcos Virgilio tampoco se<br />
dio cuenta de los profundos cambios operados, paso a paso, en su manera de<br />
ser. Las enseñanzas del Maestro, el apoyo de luminosos mentores espirituales,<br />
la continua vigilancia y la férrea voluntad de perfeccionarse, impulsaron una<br />
significativa transformación, permitiéndole enseñar lo que había aprendido<br />
con Jesús, el divino amigo, a los que le rodeaban, de manera natural y anónima,<br />
sin dificultades o juicios. Así, los ánimos de sus subordinados se fueron<br />
serenando… Los ejemplos del Oficial, repetidos durante años, calaron<br />
profundamente en sus subordinados, propiciando modificaciones individuales<br />
e iluminación interior. Lo respetaban, admirándolo por su integridad y justicia.<br />
Presintiendo su intención de auxiliar, poco a poco, los dramas personales<br />
fueron revelados al comandante, ¡y no eran pocos!, pequeñas historias, muy<br />
dolorosas, otras que impresionaban, desesperantes algunas… Serenamente,<br />
las lecciones de Jesús fueron repasadas, muchas veces, a través de la repetición<br />
de sus parábolas. A cada uno, según su comprensión, sin cuestionamientos<br />
innecesarios, con amor incondicional.<br />
Jesús se instaló entre los hombres de la milicia comandada por el<br />
centurión que lo había espiado, Marcos Virgilio.<br />
No sólo los soldados buscaban su ayuda, sino también los desesperados,<br />
los afligidos que oían hablar de su disponibilidad para servir al prójimo. Los<br />
acogía, escuchando sus quejas, ayudándolos, y muchas veces sirviendo de<br />
intermediario entre el sufrido pueblo y las autoridades romanas.<br />
Durante años, realizó anónimamente el servicio que se propuso realizar<br />
aquel día en la aldea, cuando se liberó del perturbador e inútil remordimiento,<br />
asumiendo al Maestro como Señor de su destino. Juzgaba haberlo perdido en<br />
la cruz y lo reencontró en los pequeñitos.<br />
Las persecuciones a los cristianos se intensificaban, intransigentes por<br />
judíos y romanos, que no admitían que hubiese alguien superior a ellos o a<br />
sus ideas, incluso que tal supremacía excluyese los estrechos límites de la<br />
vida terrenal.<br />
Muchos romanos habían acogido a Jesús en sus corazones, abdicando<br />
de la pléyade de dioses, dirigiendo sus pensamientos al Dios único y amoroso<br />
preconizado por Cristo. Resguardándose de las represalias y la muerte,<br />
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ANUARIO ESPÍRITA