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Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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sas caídas en el remolino de las pasiones del mundo y reafirmémonos en<br />

los santos propósitos de triunfo. ¿Cuántos años hemos perdido en<br />

amarguísimos sufrimientos, en el plano de los remordimientos devastadores?...<br />

Recordemos las angustias de la vía expiatoria y agradezcamos a<br />

Dios la ocasión de regresar a las tareas purificadoras. Olvidemos la vanidad<br />

que envileció nuestro corazón; la ambición y el egoísmo que torturan<br />

nuestra alma ingrata, y preparémonos para las experiencias justas y<br />

necesarias.<br />

Empero, la voz del locutor se entrecortaba ahogada en lágrimas.<br />

El recuerdo doloroso del pasado conmovía al grupo de antiguos sacerdotes,<br />

desviados del noble camino que el Señor les había trazado.<br />

Un intercambio de impresiones se había iniciado entre todos.<br />

Algunos exponían dificultades íntimas, otros comentaban la intención de<br />

trabajar devotamente, hasta la victoria.<br />

–Lo que más me impresiona –proclamaba un compañero– es el<br />

fantasma del olvido que obscurece nuestro espíritu, allá en la Tierra. Antes<br />

de la experiencia, construimos mil proyectos de esfuerzo, dedicación y<br />

perseverancia; somos millonarios de preciosas intenciones, pero, llegado<br />

el momento de ejecutarlas, revelamos las mismas debilidades o incidimos<br />

en las mismas faltas que nos obligaron a los desfiladeros del crimen y de<br />

las acervas reparaciones.<br />

–Pero, ¿dónde estaría el mérito –explicaba el amigo a quien eran<br />

dirigidas aquellas observaciones– si el Creador no nos obsequiase ese<br />

olvido temporal? ¿Quién podría aguardar el éxito deseable, enfrentando<br />

viejos enemigos, sin el bálsamo de esa bendición celestial sobre la llaga<br />

del recuerdo?<br />

–Sin la paz del olvido transitorio, tal vez la Tierra dejase de ser<br />

una bendita escuela para ser un nido de odios perpetuos.<br />

–No obstante –objetaba el interlocutor– semejante situación me<br />

atemoriza. Siento una enorme angustia sólo en pensar que perderé<br />

nuevamente la memoria, que quedaré casi inconsciente de mi patrimonio<br />

espiritual, al recorrer los caminos terrestres, como un enterrado vivo a<br />

quien le fuese sustraída la facultad de recordar.<br />

–Pero, ¿cómo aprenderías la humildad con las reminiscencias<br />

activas del orgullo? ¿Podrías, acaso, besar a un hijo, sintiendo en él la<br />

presencia de un acérrimo enemigo? ¿Conseguirías, de pronto, la fuerza<br />

necesaria para santificar, por los lazos conyugales, a la mujer que<br />

90 ANUARIO ESPÍRITA

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