Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

en el templo, lucrativo negocio para la comunidad religiosa! ¡Y mucho, mucho
más! ¡Verdadera amenaza al orden público y al poder constituido!
Realmente, el tal Jesús ocupaba el pensamiento de muchos, pero
jamás deseaban conocerlo mejor, considerándolo visionario, quizá interesado
en el poder, ¿por qué no? Una de aquellas personas con carisma, a quien el
beneplácito de la casualidad y el uso de las palabras y temas adecuados
propiciarían su elevación a relativas alturas, permitiendo cierto dominio sobre
el populacho inculto y carente.
Con desagradable sorpresa y visible indignación, recibió de sus
superiores la orden de seguir a Jesús secretamente, elaborando relatos
pormenorizados sobre sus actividades, destinados a las autoridades romanas.
¡Bien podría uno de sus subordinados resolver la cuestión con eficiencia!
¿Por qué él personalmente? Intentó explicarse, ponderar, sugerir, sin embargo
fueron inflexibles.
¡Qué mala suerte! Maldijo a las rapiñas religiosas que, con sus quejas
lo habían colocado en tal aprieto, poniendo en sus manos el degradante
servicio. ¡Espía! No podría adivinar que, meses después, pasaría a bendecirlos,
considerándolos el instrumento de la Providencia que le permitiría conocer a
Jesús y entrar en contacto consigo mismo y con la Verdad.
Ante lo inevitable, capituló, tratando de llevar ropas semejantes a las
de los judíos, observando sus gestos y manera de hablar, garantizando la
veracidad del disfraz. En poco tiempo, se consideró apto para los menesteres
del espionaje, considerando fácil y rápida la ingrata tarea, pues el Profeta
ciertamente no pasaría de ser una rústica criatura y sus hechos estarían
destituidos de cualquier sutileza, aumentados por la boca ignorante del pueblo.
Enseguida presentaría los relatos, eximiéndose de la ingrata tarea.
La tarde caía lentamente. El calor sofocante del día comenzaba a
amainar y su hombre estaba sentado en uno de los barcos anclados en la
playa. La multitud lo rodeaba, a semejanza de las olas del mar a sus costas,
inquietas y murmurantes. ¡Y qué multitud! Sorprendido, constató que allí
parecían estar reunidos ¡los males y padecimientos de toda Palestina! ¿De
dónde habrían salido tantas y tan grandes miserias? Sintiendo piedad, amparó
a un adolescente que se arrastraba sobre muletas, los muñones de las piernas
sangrando purulentos, llevándolo hasta una pequeña elevación, donde
procuraba acomodarlo, depositando en sus trémulas, flacas y agradecidas
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