Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

¿Por qué no había investido contra los soldados, apartándolo del
inocente? ¿Por qué se había acobardado como tantos otros, dejando que le
infligiesen malos tratos, que lo matasen, sabiéndolo exento de culpa? ¡Había
espiado al Maestro día tras día, por mandato de las autoridades buscando
inútilmente algo que lo incriminase, descubriendo tan sólo bondad y sabiduría!
“Justo”, dijo Pilatos, pero de igual manera se lavó las manos…
Noche tras noche, al regresar a casa, se sentía febril, deseando acostarse.
Entonces, se sumergía extraña y prontamente en un profundo sueño, sin
recordar después nada.
Los días transcurrían lentos, e interminables… Atormentado, enfermo,
logró apartarse de su trabajo para ser tratado de sus dolencias. La importancia
y la riqueza de su familia lo facilitaron todo, propiciando que los superiores
revelasen sus extraños comportamientos en los últimos tiempos, privilegiándolo
con la ausencia al trabajo por tiempo indeterminado. En realidad,
lo consideraban loco o, por lo menos, seriamente desequilibrado…
Se apresuró en abandonar Jerusalén, sintiendo que la turbulenta y
agitada ciudad le sofocaba. ¡Ansiaba aislamiento y tranquilidad! Los días
compartidos con el Maestro, incluso disfrazado, y la relativa distancia, habían
posibilitado el descubrimiento de las reconfortantes y balsámicas energías
provenientes de la Naturaleza, de la manera como ésta parecía entregársele.
Los vientos y las tempestades amainaban, los astros lucían con inigualable
fulgor, el mar venía a besarle los pies… Había oído decir que una estrella
especial, de incomparable luz, marcó el humilde lugar en el que Él vino al
mundo…Los animales se aproximaban sin miedo alguno, presintiendo su
bondad…
Marcos Virgilio reconocía la urgencia de reequilibrarse, recuperando
la salud y la competencia en el trabajo, serenando la mente y el corazón… Si
continuaba como estaba, seguramente enfermaría de manera grave, pudiendo
ser sometido a la deshonra de ser dado de baja en sus servicios como soldado.
Sorprendió desconfiadas y esquivas miradas en su dirección, temerosos de
una crisis nerviosa, de un ataque de locura…
Los habitantes de la pequeña aldea, rodeada de verde vegetación y
floridos campos, lo acogieron con recelo. Había abandonado los disfraces,
vistiendo trajes romanos, aunque sin el uniforme de centurión. Un simpático
matrimonio de ancianos estuvo de acuerdo en recibirlo en su sencilla y aseada
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