Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

destinado como el Mesías. En caso de que indagasen el motivo por el cual
aceptaba a Jesús como hijo de Dios, si de acuerdo con las Escrituras, incluso
los judíos dudaban, no sabría responder…
En los últimos días, asistió a la entrada de Jesús en Jerusalén. Saludado
como libertador, aplaudido como rey, consciente y categóricamente el Maestro
alertó a los entusiasmados discípulos, recordándoles la lucidez y la humildad
imprescindibles para el cumplimiento de la tarea que aguardaba a todos, al
mismo tiempo en que los avisaba de la inevitabilidad del doloroso resultado,
tantas veces mencionado por Él, necesario para la implantación de la Buena
Nueva y compatible con el precario nivel evolutivo del planeta. Incrédulos,
refutaban sus ponderaciones. ¿No había visto Él como había sido aplaudido?
¿Cómo extendían las manos para tocarlo? ¿No podría Él satisfacer los anhelos
del pueblo, liberándolo del yugo romano, devolviéndole la justa supremacía
de nación elegida por Dios? ¡Si eso ocurriese, sería aclamado rey, situándose,
por encima de todo y de todos!
¡Aún no lo habían comprendido!
–“Mi Reino no es de este mundo…”
No había venido para promover cambios exteriores, y sí para despertar
en las criaturas humanas la voluntad y el entendimiento indispensables para
los cambios interiores. Solamente así el planeta Tierra podría superar la etapa
evolutiva de mundo de pruebas y expiaciones, a través de las transformaciones
individuales, habilitándose para alcanzar los destinos más elevados, librándose
de dolencias y privaciones inherentes a los seres de pequeña evolución
espiritual. Entonces los caminos serían menos ásperos, basados en el amor y
en la caridad.
¡Que no se ilusionasen! La hora se aproximaba y el cáliz amargo tendría
que ser sorbido hasta el final.
Apaciguado por la veracidad y justicia de los relatos que presentó a
las autoridades romanas, todos declarando inocente a Jesús de las acusaciones
de intereses políticos y subversivos, reputándolo de calmado y pacífico, ajeno
a cualquier pretensión de mando, destacando la excelencia de sus enseñanzas,
el joven romano se sorprendió con la prisión del Rabí, indignándose. ¿Cómo
pudieron sus patricios pactar con las aspiraciones y exigencias de los
sacerdotes, ansiosos por eliminar a aquel que osaba revelar sus podredumbres
y exponer la pequeñez de los dirigentes de la nación judaica? ¡Comprendía
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