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Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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singular brillo. Lentamente él retiró el yelmo que le protegía la cabeza, dejando<br />

aparecer los cabellos que el tiempo comenzaba a tornar grisáceos y el rostro<br />

bronceado y sereno. En aquel instante, Marcos Virgilio recordó una vez más<br />

las palabras sabias y justas del Maestro:<br />

–“Dad a César lo que es de César…”<br />

Se inclinó respetuosamente, irguiendo la diestra en la clásica salutación.<br />

La voz del hombre que un día fue designado para espiar a Jesús se elevó clara<br />

y firme, en el extraño silencio que se hizo en el repleto recinto, reafirmando<br />

su lealtad a Roma y a César, según las atribuciones de su cargo.<br />

En el silencio que persistía, su mirada buscó el cielo de límpido añil y<br />

mentalmente complementó:<br />

–“Y a Dios lo que es de Dios…” ¡Aquí estoy, Señor!<br />

Súbitamente despierta del letargo, la inmensa fiera se lanzó por los<br />

aires, derrumbándolo por el suelo, con un certero y fatal golpe. Enseguida,<br />

los cristianos que aguardaban en oración, con las manos unidas, fueron<br />

atacados. En poco tiempo nada más restaba, a no ser el triste espectáculo de<br />

los pobres animales saciando el hambre, en medio de los gritos y comentarios<br />

de los que asistieron a la escena.<br />

El Centurión se sentía ligero, flotando… Lejos de la fétida arena, en<br />

campos de verdes jardines, flores de maravillosos colores y perfumadas… Y<br />

transparentes cascadas… En los aires, suaves voces, en cánticos de inenarrable<br />

belleza. Conforme había prometido, el Maestro estaba allí, los ojos claros<br />

repletos de ternura, las manos extendidas, envolviéndolo en un apretado abrazo<br />

de Amigo.<br />

86<br />

TESTIMONIO.<br />

Dicen que, en los últimos instantes de la trayectoria terrenal, la<br />

existencia desfila ante nuestros ojos espirituales en vertiginosa secuencia de<br />

hechos. En aquella arena, en la esplendorosa mañana, bajo un cielo de<br />

limpísimo azul, sintiendo en el rostro la brisa, a la cual las pesadas vibraciones<br />

del ambiente no conseguían robar el dulce olor de las flores silvestres,<br />

comprobé la veracidad de tal afirmación, pues, con los pies afincados en el<br />

suelo que guardaba la sangre de los muchos cristianos sacrificados allí, el<br />

brazo aún alzado en la salutación a los representantes del Imperio, Ave,<br />

ANUARIO ESPÍRITA

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