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Anuario Espírita 2011 - ¡Bienvenido a Mensaje Fraternal!

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Angustiado, el centurión siguió el triste cortejo, sin atreverse a<br />

defenderlo, acobardado ante la perspectiva de muerte, en caso de que<br />

interfiriese a favor del prisionero. ¡Cuántos intereses ocultos envolvían la<br />

condenación del Maestro!<br />

Acostado sobre el lecho, pensando en los acontecimientos del día<br />

anterior, comprendió que Jesús siempre había sabido lo que le esperaba,<br />

resignándose y renunciando, inclusive, al derecho de fuga o defensa. ¿Por<br />

qué? ¿No había esclarecido y convertido ya a muchos? ¿No había operado ya<br />

sorprendentes curaciones? ¿Por qué la sumisión al infamante martirio,<br />

dejándose inmolar como un cordero, aceptando los juicios injustos y<br />

engañosos? Y, ¿por qué aquella multitud había preferido a Barrabás antes que<br />

a Jesús, abandonándolo a Él que los amó hasta el último instante,<br />

perdonándolos en la postrera hora?<br />

¿Y la justicia romana? ¡Los había avisado de la inocencia de Jesús en<br />

relatos precisos y exentos de sospechosas connotaciones, constituyendo la<br />

verdad pura y simple sobre un hombre excepcional! ¡Ninguna aspiración<br />

política había notado en Jesús, tampoco deseo alguno de oponerse al poder<br />

constituido! En cuanto a los incomodados sacerdotes, al Sanedrín, ¡la Verdad<br />

los afrontaba, pues acostumbraban a portarse indignamente, deshonrando sus<br />

cargos con mezquinas preocupaciones terrenales!<br />

–“Dad a César lo que es de César…”<br />

El Maestro había probado, con acciones y palabras, su desinterés por<br />

las cosas relativas a la materia. Entonces, ¿por qué matarlo?<br />

Una criatura confusa y resentida, muy diferente del calmado y<br />

equilibrado oficial de antes, pasó a desempeñar sus tareas de centurión. En<br />

vano intentaba olvidar, pero la figura del Maestro no lo abandonaba. Se culpaba<br />

por haber dejado que los verdugos lo prendiesen, sin hacer nada para evitarlo.<br />

Y sus discípulos, ¿dónde estaban en la hora del trance doloroso, pues solamente<br />

uno había permanecido a los pies de la cruz? Extendía la culpa a ellos<br />

también… ¡Todos lo habían desamparado!<br />

Recordaba los ojos de Jesús, preso al madero, serenos y mansos: la<br />

sangre reseca le adhería los cabellos y la barba, proveniente de las heridas<br />

ocasionadas por la corona de espinas. Casi desnudo, los hematomas y señales<br />

de los crueles castigos, marcaban el cuerpo joven y fuerte. Aun así, no<br />

vislumbraba amargura o decepción en aquellos ojos, sino, solamente amor y<br />

piedad por la multitud desequilibrada a su alrededor.<br />

74<br />

ANUARIO ESPÍRITA

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