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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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ondarla con un sonido estri<strong>de</strong>nte, apaciguándose un poco al calor <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> las espermas,<br />

en vuelo circular <strong>de</strong> abajo hacia arriba dando la sensación <strong>de</strong> haber pedido el sentido <strong>de</strong><br />

orientación, y aquietándose en su vuelo al apagarse las espermas y las moscas terminaban<br />

por dormir clavadas en los aleros <strong>de</strong> la palma que servía <strong>de</strong> entechado. Al <strong>de</strong>spertar el día<br />

con su zumbido, señal inequívoca <strong>de</strong> lo que sería el comienzo <strong>de</strong> la cacería piernas, y<br />

brazos <strong>de</strong> los niños, para <strong>de</strong>jar en su piel una picadura que pronto se volvía una roncha que<br />

se iba enrojeciendo y, más atontada porque parecían no tener ningún control, en un juego<br />

maligno <strong>de</strong> regreso se metían por los oídos <strong>de</strong> los niños, entre sus pantalones y sus camisas,<br />

por los ojos, por sus poros, para finalizar <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sus bocas y ser lanzadas en escupitazos.<br />

Ellos asustados viviendo una <strong>de</strong>sconocida y atroz pesadilla sin estar dormidos,<br />

atormentados corriendo, echándose agua en el cuerpo para espantarlas, cubriéndose el<br />

rostro con toallas, escondiéndose en la cocina al lado <strong>de</strong>l fogón para que se ahuyentaran con<br />

el humo o con un tizón encendido o escapando a la carrera para terminar abrazados a las<br />

piernas <strong>de</strong> las mujeres y, las moscas volando, rondándoles la cabeza en un círculo más<br />

amplio como si se tratara <strong>de</strong> la luz <strong>de</strong> una esperma encendida, persiguiendo la agonía al<br />

enredarse para no volver a levantar vuelo, en los cabellos <strong>de</strong> los infantes. Mueren como<br />

piojos. Hombres, mujeres y niños ya repuestos <strong>de</strong> la sorpresa, organizan la más implacable<br />

cacería <strong>de</strong> moscas: las persiguen en su veloz vuelo y en tierra las aplastan con las manos y<br />

los pies, a ramalazos las bajan <strong>de</strong>l aire, incendian sus mete<strong>de</strong>ros con tizones prendidos,<br />

<strong>de</strong>scubren su mierda empollada y <strong>de</strong>struyen sus huevos, y el patio <strong>de</strong> formación se inunda<br />

<strong>de</strong> puntos negros con alas que el viento <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> barre con lentitud, como <strong>de</strong>saparecen a<br />

soplos <strong>de</strong> las manos <strong>de</strong> los niños. Un día como llegaron se fueron, al levantar un vuelo más<br />

alto que el techo <strong>de</strong> las caletas para escapar y per<strong>de</strong>rse en la noche en las honduras <strong>de</strong> los<br />

canjilones vecinos <strong>de</strong> El Davis. En las camas, los niños ensabanados y la fiebre subiéndoles<br />

como si la caleta fuera un horno colmena por <strong>de</strong>ntro. <strong>Las</strong> mujeres en su afán <strong>de</strong> madres,<br />

cubren los cuerpos <strong>de</strong> los niños con cuatro o cinco sábanas para sacarles el calor,<br />

exprimiendo el sudor acumulado en la primera, la segunda y la tercera y luego volverlos a<br />

cubrir para refrescarlos un poco. Los niños aprisionados en un <strong>de</strong>lirio imposible <strong>de</strong><br />

apaciguar con los mismos y cantos maternales, por la imagen <strong>de</strong> una enorme mosca negra<br />

que se ha apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> sus cerebros y tiene amarrados sus cuerpos con sus <strong>de</strong>scomunales<br />

alas, no permitiéndoles bajarse <strong>de</strong> la cama para seguir corriendo como solían hacerlo. Los<br />

sucres adoloridos y tristes ven, en la formación <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> honor, las espaldas <strong>de</strong> los<br />

hombres que van cargando sobre sus hombros los cajones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra recién construidos;<br />

ven a esos hombres que van llorando arrastrando sus pasos, como si quisieran enterrarse en<br />

sus propias huellas. Los sucres sacan fuerzas <strong>de</strong> sus gargantas para cantar canciones<br />

revolucionarias, mientras imaginan en los cajones, a los niños ensabanados, yertos <strong>de</strong> frío<br />

durmiendo el sueño <strong>de</strong>finitivo. Los martillos comienzan a golpear la cabeza <strong>de</strong> los clavos<br />

que se introducen por el vilo <strong>de</strong> la ma<strong>de</strong>ra, y cada golpe es el tormento <strong>de</strong> la <strong>de</strong>spedida que<br />

se avecina; los sucres siguen con sus cantos. <strong>Las</strong> manos fuertes <strong>de</strong> los hombres bajan los<br />

cajones a las sepulturas y los huecos se inva<strong>de</strong>n por el llanto salvaje <strong>de</strong> las mujeres, asidas<br />

con todas sus fuerzas a los cajones. Los rezos levantan el vuelo <strong>de</strong> la torcaza; las<br />

maldiciones escrutan el más allá <strong>de</strong>l cielo y los sucres haciendo un esfuerzo para no<br />

<strong>de</strong>splomarse, esperan la voz <strong>de</strong> mando para <strong>de</strong>sdibujar la formación. Se dispersa la<br />

población. El Davis se abraza en su silencio. <strong>Las</strong> hierbas curativas <strong>de</strong> los teguas fueron<br />

incapaces para <strong>de</strong>tener el vuelo <strong>de</strong> las moscas negras.<br />

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