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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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tíos sobre las “cosas <strong>de</strong>l pasado” que tanto enseñan”. Hablaban <strong>de</strong> Inglaterra, <strong>de</strong> Francia, <strong>de</strong><br />

Japón, <strong>de</strong> la China, <strong>de</strong> Rusia. Hablaban con <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> viajeros experimentados en<br />

costumbres <strong>de</strong> otros pueblos. Sus tíos no iban más allá <strong>de</strong>l rancho al <strong>de</strong>scumbre en la<br />

montaña y alistaban maletas para ir <strong>de</strong> visita a uno que otro pueblo vecino. Pero, en<br />

cualquier atar<strong>de</strong>cer, lelos, se metían por los recovecos <strong>de</strong> la imaginación para lanzar al aire<br />

una moneda con los <strong>de</strong>seos sin cumplirse. Entonces, los <strong>de</strong>seos se transformaban en<br />

historias al abrir las páginas <strong>de</strong> un libro y así, vivían al tanto -ro<strong>de</strong>ados <strong>de</strong> colonos<br />

asentados, <strong>de</strong> flores, cafetales y matas <strong>de</strong> monte-, <strong>de</strong> cómo la política transcurría en esos<br />

territorios.<br />

En esos días <strong>de</strong> divertimiento y regocijo salía a relucir la guerra <strong>de</strong> los Mil Días, que había<br />

culminado por mol<strong>de</strong>ar al país en los finales <strong>de</strong> siglo y en los comienzos <strong>de</strong> éste. Una<br />

guerra <strong>de</strong> hombres para hombres, en la cual la brutalidad humana no tuvo límites. <strong>Las</strong><br />

treguas en los combates por acuerdo mutuo <strong>de</strong> los bandos para recoger a los muertos, se<br />

convertían en las batallas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>spojo. Los buscadores <strong>de</strong> bolsillos, dientes <strong>de</strong> oro y prendas<br />

<strong>de</strong> valor, gateando <strong>de</strong>snudaban a los cuerpos inermes, les daban vueltas sobre la tierra, no<br />

para enterrarlos, sino para robarles hasta el sudor. Desolados campos <strong>de</strong> batallas, hombres<br />

felices <strong>de</strong>ambulando cargados con el botín conseguido entre la muerte, <strong>de</strong> regreso a sus<br />

bandos.<br />

“El abuelo paterno era una persona <strong>de</strong> lo más gran<strong>de</strong>; más o menos bien formada, por ahí<br />

<strong>de</strong> un metro ochenta y pico <strong>de</strong> alto, blanco y bien musculado, nombrado Ángel Marín; él<br />

hablaba con dominio <strong>de</strong> autoridad familiar <strong>de</strong> historias <strong>de</strong> la Guerra <strong>de</strong> los Mil Días. La<br />

cosa no era con uno <strong>de</strong> muchacho. La cosa era entre personas adultas <strong>de</strong> gran respetabilidad<br />

que se reunían para hablar. Si uno osaba preguntar, se ganaba una paliza, pero uno les oía<br />

contar esas historias <strong>de</strong> guerras. El abuelo fue corneta <strong>de</strong> las filas liberales. Yo lo imaginaba<br />

sacando fuertes aires <strong>de</strong> sus pulmones, anunciando el comienzo <strong>de</strong> la contienda...”.<br />

El abuelo hablaba acompañado <strong>de</strong>l silencio para sus palabras. El hambre que produce la<br />

guerra <strong>de</strong>safora la boca <strong>de</strong>l hombre, enflaquece el estómago, <strong>de</strong>bilita las corvas, vuelve los<br />

ojos “surumbáticos, la mirada que ve a una mujer y <strong>de</strong> inmediato la cuelga en un garfio<br />

como si fuera un pedazo <strong>de</strong> carne...La voz <strong>de</strong>l abuelo Angel Marín <strong>de</strong>cía que al llegar la<br />

solda<strong>de</strong>sca liberal a una hacienda, don<strong>de</strong> había veinte o treinta camas con tendidos <strong>de</strong><br />

cuero, se <strong>de</strong>spejaban las camas luego los cueros se los pasaban al ecónomo y el ecónomo<br />

repartía en partes iguales al cuero para que los soldados hicieran caldo ‘peligroso’. Eso le oí<br />

<strong>de</strong>cir yo. ‘Caldo peligroso’ para la tropa. Genuina sustancia para espantar a<strong>de</strong>cuadamente el<br />

hambre...”.<br />

El abuelo, un corpulento antioqueño, simpático y amable “-hasta don<strong>de</strong> uno veía-, con las<br />

personas que se encontraba o con las cuales <strong>de</strong>partía tomando sus tragos, o en las visitas<br />

familiares, contaba muy a gusto, sobre las tácticas usadas en la guerra. El abuelo refería y<br />

uno escuchaba, aunque él no hablara para uno <strong>de</strong> muchacho”. <strong>Las</strong> tácticas <strong>de</strong> penetración<br />

en la noche, evitando que el enemigo conociera el <strong>de</strong>sliz <strong>de</strong> la sorpresa. Y las consignas<br />

para el asalto: no ponerse la camisa, quitarse el chacó, cortarse las mangas <strong>de</strong> la camisa,<br />

entrarle sin pantalones y caerle al cuartel enemigo en la noche más oscura creando la<br />

confusión en los durmientes. Los asaltantes queriendo la vida <strong>de</strong> los hombres sorprendidos<br />

en el vuelo <strong>de</strong> sus sueños; los machetes blandiendo en el aire en un corte brutal que <strong>de</strong> por<br />

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