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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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sí, aseguraba la muerte. Ellos acordaban las señales: dón<strong>de</strong> ubicarse en el combate, cómo<br />

localizarse en casos extremos; ellos acordaban las consignas para que la retirada fuera en<br />

or<strong>de</strong>n y evitar así, el <strong>de</strong>sastre fatal <strong>de</strong> una <strong>de</strong>sbandada. “Detalles que el abuelo refería y uno<br />

escuchaba <strong>de</strong> la Guerra <strong>de</strong> los Mil Días...”Feroces las tropas <strong>de</strong> macheteros que habían<br />

asimilado sus ojos a la noche. Los liberales tenían sus tropas <strong>de</strong> macheteros bien<br />

adiestrados, los conservadores también las poseían...<br />

El abuelo Ángel murió a los 90 años y en esa edad parecía un muchacho por el vigor <strong>de</strong> sus<br />

palabras, por el vigor que hacía sentir con el andar pausado o ligero <strong>de</strong> su cuerpo; murió por<br />

un “<strong>de</strong>rrame al hígado; murió tranquilo en la casa <strong>de</strong> la tía Ana Francisca, en Génova”. En<br />

vida se escalofriaba al contar en <strong>de</strong>talle, sobre el Novenario que les aplicaban sin<br />

compasión a los <strong>de</strong>sertores <strong>de</strong> las filas <strong>de</strong>l liberalismo o <strong>de</strong> los ejércitos conservadores. Un<br />

castigo <strong>de</strong> guerra.<br />

“El abuelo Ángel secaba el sudor <strong>de</strong> las manos al sobarlas con insistencia sobre los<br />

pantalones y refería la historia muy bien sentado, con algo <strong>de</strong> preocupación en el semblante<br />

y en su ayuda <strong>de</strong> inmediato llamaba al silencio. El Novenario consistía en darle al <strong>de</strong>sertor<br />

en la espalda, novecientos palos, cada día cien palos a la misma hora <strong>de</strong>l día y, el palo que<br />

se utilizaba tenía que ser indispensablemente <strong>de</strong> rosa, con espinas. Un varejón <strong>de</strong> rosa que<br />

no parte con facilidad, tal vez aguanta más por ser más flexible...”. El <strong>de</strong>sertor sin camisa y<br />

amarrado <strong>de</strong> las manos a un tronco, recibía los cien palos, su espalda comenzaba a ser un<br />

amplio moretón, luego un entrecruces <strong>de</strong> trochas sanguinolentas y el palo <strong>de</strong> rosal en<br />

cambio <strong>de</strong> color penetrado <strong>de</strong> cuerpo <strong>de</strong> hombre. El <strong>de</strong>sertor al escuchar el número cien,<br />

<strong>de</strong>scansaba hasta el día siguiente, abrazado a su dolor, su alma era un volcán <strong>de</strong> llanto.<br />

Alguien por compasión lo rociaba <strong>de</strong> agua o le hacía cualquier curación y el hombre<br />

acostado <strong>de</strong> lado, intentaba infructuosamente dormir. Como el castigo se hacía en plaza<br />

pública, las voces <strong>de</strong> los impávidos concurrentes iban contando sin ningún afán, el ritmo <strong>de</strong><br />

la golpiza. Se veía como algo muy natural, algo que <strong>de</strong>bía hacerse. El hombre que golpeaba<br />

al <strong>de</strong>sertor, un duro <strong>de</strong> oficio, procuraba que el golpe <strong>de</strong> la vara fuera creando surcos sobre<br />

las costillas, sanguificando la piel, haciéndola un cria<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> sangre. Había cierto instinto<br />

<strong>de</strong> exhibicionismo en él, <strong>de</strong>mostración <strong>de</strong> obediencia al cumplir las ór<strong>de</strong>nes para que el<br />

acontecimiento sirviera <strong>de</strong> escarnio. “Al cuarto o quinto día, su espalda era como esperma<br />

<strong>de</strong>rretida, luego aparecía la piel viva en pálpitos..., en saltos nerviosos. Al final <strong>de</strong>l<br />

Novenario el hombre caía muerto bañado en su sangre o también caía vivo bañado en su<br />

sangre, balbuceando agra<strong>de</strong>cimientos porque no lo habían fusilado... El abuelo se<br />

nerviosaba al recordar el Novenario, “cosas <strong>de</strong> la guerra...”, terminaba el abuelo Ángel. El<br />

había sido <strong>de</strong>sertor <strong>de</strong> las filas <strong>de</strong>l ejército liberal. Entonces huyendo se metió en lo más<br />

profundo <strong>de</strong> la montaña para escon<strong>de</strong>r su presencia y su semblante. Allí lo pasó por meses<br />

con la tranquilidad que siempre lo acompañaba. Cualquier día le llegaron a su escondite,<br />

muchos <strong>de</strong>sertores <strong>de</strong> las filas <strong>de</strong>l ejército conservador. “Y entre <strong>de</strong>sertores, en común<br />

acuerdo para hacer una vida distinta a la vida <strong>de</strong> la guerra, fundaron una buena compañía<br />

para aserrar ma<strong>de</strong>ra. En medio <strong>de</strong> la guerra, ya como bando <strong>de</strong> aserradores, recibieron un<br />

contrato <strong>de</strong> un gran corte <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, no sé si para el hospital o fue para el mata<strong>de</strong>ro <strong>de</strong><br />

Pereira...”.<br />

El abuelo no creía en cosas que no fueran <strong>de</strong> la razón <strong>de</strong>l hombre. “Muy material en su<br />

pensar. Todo lo quería coger con las manos”. Un hombre <strong>de</strong> montaña, que sentía inmenso<br />

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