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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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tropa respira un momento <strong>de</strong> paz. Los guerrilleros dan una sensación <strong>de</strong> huída y en la huída<br />

<strong>de</strong>jan una sensación <strong>de</strong> vacío que estremece los nervios <strong>de</strong> los soldados. Huyen para que la<br />

tropa enemiga se confíe y al otro día marche confiada por un camino <strong>de</strong> herradura y se<br />

encuentre con “doña Anastasia”, una bomba gran<strong>de</strong>, una mina <strong>de</strong> 14 arrobas que se había<br />

trasladado al sitio en una mula gigante, fuerte y resabiada, con la ayuda <strong>de</strong> dos hombres a<br />

lado y lado, trancando con su fuerza el paso para que el animal no se fuera a caer en<br />

cualquier <strong>de</strong>svío <strong>de</strong>l terreno. La mina era una bola inmensa, un recipiente para hacer<br />

guarapo, que cuando se torcía para un lado, tumbaba con facilidad al animal; el recipiente<br />

se había llenado con 20 libras <strong>de</strong> dinamita, se le habían acuñado unos trapiches viejos y se<br />

le había adaptado un dispositivo, conectado a los cables que <strong>de</strong>bían juntarse en el momento<br />

en que la tropa entrara al sitio don<strong>de</strong> estaba enterrada. “Anastasia era originalmente una<br />

muchacha <strong>de</strong> la región que tenía unas ca<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>sproporcionadas, era una mujer muy<br />

hermosa, muy bien elaborada por la naturaleza, así como lo fue la bomba...Los guerrilleros<br />

la bautizaron con su nombre, con el presagio <strong>de</strong> que su espíritu alegre los acompañaría en la<br />

mitad <strong>de</strong> la mañana <strong>de</strong>l día siguiente...”, recordaba Jacobo.<br />

En el sitio <strong>de</strong> la emboscada cabían solamente 5 hombres, el terreno no permitía más, porque<br />

no tenía visibilidad, era un camino <strong>de</strong> travesía que salía a un filo y terminaba en un plancito<br />

y seguía entre rastrojos y a cada lado, había helechales gran<strong>de</strong>s y, en el filo esperaba “doña<br />

Anastasia”, bien aprisionada en la tierra. El resto <strong>de</strong> los hombres estaban diseminados por<br />

el camino, en sus puestos, alertas a la explosión. Isaías Pardo se había encargado <strong>de</strong> la<br />

mina, con la consigna <strong>de</strong> que él, personalmente, accionaría el disparador para que<br />

explotara; él <strong>de</strong>bía <strong>de</strong>cidir el instante para hacerlo. “Isaías se quedó en el filo con su<br />

guardaespaldas, Lozano Guaracas y yo, estábamos <strong>de</strong>trás suyo”, recordaba Joselo; “yo<br />

dispararía al segundo hombre...”, era la or<strong>de</strong>n que tenía Jaime Guaracas. Isaías había<br />

or<strong>de</strong>nado que cuando ellos abrieran fuego para avanzar, él reventaría la bomba y eso fue<br />

exacto.<br />

Eran las 3 ó 4 <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, el centinela disfrazado <strong>de</strong> maleza, comunicó casi con los labios<br />

pegados: “Vienen los chulos...a diez metros <strong>de</strong> distancia...” A Isaías le brillaron los ojos <strong>de</strong><br />

alegría, la calentura por la proximidad <strong>de</strong>l combate se le subió por el cuerpo como una<br />

enreda<strong>de</strong>ra y exclamó contento: “Muchachos, va a comenzar la fiesta. Alístense y silencio”.<br />

Amordazaron el silencio, lo retuvieron minutos en la garganta y lo lanzaron al aire como un<br />

fuerte escupitajo. La tropa entró al sitio en reconocimiento paulatino; entró un lote gran<strong>de</strong>,<br />

más o menos 60 hombres que se disgregaron machiros, precavidos, queriendo encontrar<br />

secretos <strong>de</strong> hombres disfrazados <strong>de</strong> maleza, levantando con la boquilla <strong>de</strong>l fusil la hojarasca<br />

seca, levantando pequeños arbustos, piedras en el camino; sus ojos giraban como estrellas<br />

fugaces, brillantes <strong>de</strong> sospecha, precavidos. Sucedió entonces, una coinci<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> las que<br />

ocurren a diario en las guerras; el grupo <strong>de</strong> vanguardia <strong>de</strong> la tropa hizo un alto en el sitio<br />

don<strong>de</strong> se había enterrado a “doña Anastasia”, y en el mismo sitio instalan una<br />

ametralladora. La cargaba un hombre muy valiente, un sargento que avanzaba a saltos <strong>de</strong><br />

canguro con la ametralladora, un hombre arriesgado <strong>de</strong> por lo menos un metro ochenta <strong>de</strong><br />

estatura, <strong>de</strong>lgado, <strong>de</strong> fuertes facciones en su rostro; con él se juntaron confiados, unos 25<br />

hombres más. Un disparo vuelve añicos el silencio, el silencio vuela por los aires en<br />

estampida, como niebla que anda con afán. “Yo tumbé el primero, luego el segundo, un<br />

solo quejido, el hombre aquel suelta la ametralladora M-3 que traía y quedó a dos metros<br />

<strong>de</strong>l sitio nuestro...”, recuerda Lozano, como si hablara por sus pequeños y vivos ojos<br />

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