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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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edada, <strong>de</strong>centemente le preguntaron: “¿Usted quiere pagar el servicio militar? “Si yo<br />

hubiera dicho que no, me hubieran soltado, a<strong>de</strong>más si hubiera explicado que yo era el hijo<br />

mayor, con mayor razón me sueltan. Yo dije que quería pagar el servicio militar. No<br />

querían aceptarme, porque me dijeron: “Usted está muy muchacho, ¿cuántos años tiene?<br />

Les dije, agregando, yo quiero ir...”. “Es que si quiere, entonces vámonos...”. Estuve en el<br />

batallón Ricaurte <strong>de</strong> Bucaramanga, pagando mis primeros meses. A los cuatro meses fui<br />

seleccionado para terminar <strong>de</strong> pagar el servicio militar en la guardia presi<strong>de</strong>ncial. Es<br />

cuando conozco a Bogotá por primera vez, que me abrumó por su gran<strong>de</strong>za; con el tiempo<br />

convencí a mi familia para que vinieran a vivir todos a la capital. En el ejército por lo<br />

menos aprendí a leer y escribir, a dominar un poquito las matemáticas, porque asistí a lo<br />

que se llamaba la instrucción civil, que recibía <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las tres a las cinco <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> y, me<br />

tocó por suerte, un sargento <strong>de</strong> apellido Caballero, sargento mayor, que posiblemente había<br />

sido maestro, se le veía que era un hombre que dominaba ciertos elementos pedagógicos.<br />

Todos aprendimos con el sargento Caballero. Comencé a interesarme por los libros, por la<br />

lectura. Yo tenía acceso en el ejército a la literatura castrense, porque me correspondió la<br />

tarea <strong>de</strong> ser estafeta en el ministerio <strong>de</strong> guerra para la guardia presi<strong>de</strong>ncial; el comandante<br />

era el coronel Sáenz, un coronel dueño <strong>de</strong>l teatro Sáenz, un salón <strong>de</strong> cine. El sentía mucho<br />

aprecio por mí, le habían asignado en el guardia presi<strong>de</strong>ncial oficina y dormitorio. Yo era<br />

su estafeta y tenía que llevarle a la oficina lo que viniera <strong>de</strong>l ministerio <strong>de</strong> guerra,<br />

información, cartas, citaciones; yo entraba libremente porque guardaba las llaves <strong>de</strong>l<br />

dormitorio y <strong>de</strong> la oficina. El coronel en confianza me <strong>de</strong>cía: Mira Jacobo, cuando quieras<br />

estudiar, leer algo, ahí tienes la biblioteca. Era una buena biblioteca, yo la pasaba sacándole<br />

libros y leyendo, aunque no entendía mucho, me ganaba el interés, porque veía que el<br />

coronel Sáenz leía siempre, aprendí <strong>de</strong> él, su hábito por la lectura...”. Jacobo quería<br />

parecerse al coronel Sáenz, porque admiraba la sencillez <strong>de</strong> su manera <strong>de</strong> ser, su<br />

sensibilidad al comunicarse con él, un subalterno. Jacobo no sólo curioseaba los libros <strong>de</strong> la<br />

biblioteca, curioseaba también en el armario don<strong>de</strong> el militar guardaba su ropa. Le atraía<br />

po<strong>de</strong>rosamente la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vestirse un día, con la ropa <strong>de</strong>l coronel. Lo pensó muchas veces al<br />

abrir el armario y ver los vestidos colgados en los ganchos. Una tar<strong>de</strong> venció el temor y lo<br />

hizo, se vistió <strong>de</strong> coronel a los 17 años, se paseó y calzó sus zapatos <strong>de</strong> soldado raso,<br />

<strong>de</strong>sfiló por el cuarto con ciertos aires marciales y resolvió mirarse al espejo <strong>de</strong> una <strong>de</strong> las<br />

puertas <strong>de</strong>l armario, perplejo se miraba <strong>de</strong> arriba abajo, sus <strong>de</strong>dos seguían la línea <strong>de</strong> los<br />

pliegues <strong>de</strong>l pantalón; la emoción se le subió a la cabeza al pensar que sería un recuerdo<br />

inolvidable posar para una fotografía, que guardaría con celo en su álbum familiar; pensó<br />

salir a la calle, caminar por la séptima, regresar a la guardia presi<strong>de</strong>ncial y, al entrar,<br />

escuchar <strong>de</strong> pronto a alguien llamarlo por el nombre <strong>de</strong>l dueño <strong>de</strong>l vestido: “¡Coronel<br />

Sáenz!”. Jacobo quedó como hipnotizado frente al espejo, clavado al piso <strong>de</strong> una sola pieza,<br />

no tuvo reflejos para reaccionar al darse cuenta que el coronel Sáenz había abierto la puerta<br />

<strong>de</strong>l cuarto. El coronel no pareció sorpren<strong>de</strong>rse al verlo vestido con su ropa, no lo recriminó,<br />

tampoco Jacobo dio explicaciones, la lengua se le había trabado. El coronel le retuvo por un<br />

instante frente al espejo, al agarrarlo por los hombros, suavemente. Luego el adulto coronel<br />

miró al joven coronel a través <strong>de</strong>l espejo, recorriéndolo en <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> pies a cabeza. Se<br />

produjo un silencio incierto entre los dos hombres. Quizá el coronel volvía a su juventud, al<br />

sentirse vestido en el cuerpo <strong>de</strong> Jacobo. Al rato, Jacobo anonadado escuchó la voz <strong>de</strong>l<br />

coronel Sáenz, <strong>de</strong>cirle: “Jacobo, cámbiate <strong>de</strong> ropa, vamos a mi casa. Quiero que conozcas a<br />

mi familia...”.<br />

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