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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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sonar las campanas y no sonaron las campanas, no repican con la angustia <strong>de</strong> siempre.<br />

<strong>Las</strong> cinco <strong>de</strong> la mañana y el pueblo se iluminó <strong>de</strong> día. El cura no está en la iglesia. Nadie<br />

sabía <strong>de</strong> su para<strong>de</strong>ro. Dieron parte a las autorida<strong>de</strong>s, que el cura se perdió y anoche<br />

escuchamos unos disparos junto a la casa <strong>de</strong>l ateo muerto. Fueron al sitio y vieron al cura<br />

disfrazado <strong>de</strong> diablo. Era un diablo anciano, recién afeitado, doblado en su gordura, la<br />

sotana <strong>de</strong>sabotonada y se le veía el ombligo muy salido; a un lado <strong>de</strong> su cara, los cachos<br />

se <strong>de</strong>sprendían <strong>de</strong> la cabeza y sus ojos abiertos tenían el color <strong>de</strong> la ceniza.<br />

La mujer le <strong>de</strong>volvió su tristeza a la muerte y acompañada por todo el pueblo enterró el<br />

cuerpo <strong>de</strong> su marido. Y por cosas <strong>de</strong>l <strong>de</strong>stino, el cura fue enterrado junto a la tumba <strong>de</strong>l<br />

ateo. Diariamente la gente va al cementerio y reza por la salvación <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong>l sacerdote.<br />

Ya se ha vuelto una costumbre, incluso <strong>de</strong>positan sobre su tumba ramos <strong>de</strong> flores blancas.<br />

“No es fácil el comienzo <strong>de</strong> una lucha...”<br />

Parecía una conversación fogueada en el transcurrir <strong>de</strong> los años, musgo o niebla sobre las<br />

palabras húmedas, colgadas entre las enreda<strong>de</strong>ras; hablaron por días y noches <strong>de</strong>jando un<br />

resquicio para que el tiempo asomara el rostro, en un intercambio <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, <strong>de</strong> experiencias.<br />

Una conversación <strong>de</strong> hombres ansiosos por <strong>de</strong>finir el rumbo <strong>de</strong> sus vidas. Aquella<br />

conversación <strong>de</strong>scubría un pasado. No propiamente el pasado <strong>de</strong> ellos como individuos. Era<br />

el <strong>de</strong>scubrimiento, sin proponérselo, <strong>de</strong> la memoria <strong>de</strong>positada en anteriores generaciones.<br />

La memoria generacional, la voz que viene rastreando huellas, ya no como simple relato <strong>de</strong><br />

guerra, escuchando en las noches <strong>de</strong> regocijo familiar. Es el recuerdo vivo <strong>de</strong> cómo la<br />

tradición se lleva en la sangre y esa voz <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muy a<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l interior <strong>de</strong>l hombre acosado,<br />

golpea en los oídos y una noche o un día vuelve a escucharse, como recién aparecida, como<br />

cosa <strong>de</strong> solo ayer. Lazos <strong>de</strong> continuidad sanguínea, <strong>de</strong> continuidad histórica. Así como<br />

ellos, otros hombres durante más <strong>de</strong> un siglo, tuvieron que recurrir a la guerra por razones<br />

creadas en circunstancias insalvables. En las guerras civiles que <strong>de</strong>smembraron el territorio<br />

nacional. <strong>Las</strong> muchas guerras que afectaron al país, las múltiples guerras regionales, en que<br />

ellos, hombres sin tierra, pequeños propietarios y colonos, con su ignorancia a cuestas, por<br />

voluntad propia o reclutados a la fuerza, fueron a la contienda a jugarse la vida <strong>de</strong> frente al<br />

enemigo. Pero nunca lo hicieron por intereses propios, por <strong>de</strong>finida convicción. Regresaron<br />

a la casa como soldados curtidos y al sentarse a <strong>de</strong>scansar junto al fogón y tomar un poco<br />

<strong>de</strong> café, avizoraban <strong>de</strong> inmediato que esa guerra no había sido suya.<br />

Ahora ellos, dos clanes familiares, los Loayza y los Marín; el viejo Gerardo Loayza que<br />

dobla en edad a Pedro Antonio Marín, “bajo y gordo, ojos azules y cabellera banca, catire,<br />

sin señales <strong>de</strong> calva, cejas pobladas <strong>de</strong>l color <strong>de</strong> la piel, cerrado <strong>de</strong> barba rubia, tocada y<br />

siempre <strong>de</strong> tres días, carilleno, <strong>de</strong> figura muy rusa, como diría su hermana Graciela; sus<br />

hijos Veneno, “inquieto por conocer hasta el fondo cualquier explicación”; Agarre, “el más<br />

difícil, no bajaba el carriel <strong>de</strong>l hombro, en el cual portaba su pistola; áspero, hosco como<br />

una piedra”, Tarzán, “el mayor, era muy suave”; Calvario, “el menor <strong>de</strong> mucho empuje en<br />

los combates”; Pedro Antonio Marín y su primo Alfonso, conocido también como<br />

Metralla, discuten sin preocuparse <strong>de</strong> que sobre sus espaldas caigan como pepas las horas<br />

intensamente. Ellos venidos <strong>de</strong>l Viejo Caldas, “hijos y nietos <strong>de</strong> colonos, oriundos <strong>de</strong><br />

Génova, Quindío, hablan <strong>de</strong> las posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse en un territorio propicio para<br />

hacer la guerra, la guerra como oficio para vivir, <strong>de</strong> regreso por una antigua constante<br />

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