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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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direcciones”. Lamparilla riendo con su diente <strong>de</strong> oro, hizo señales a sus hombres; el<br />

Chimbilá sediento <strong>de</strong> sangre por su colmillo afilado, hizo gestos a sus hombres <strong>de</strong><br />

movimientos más rápidos; Pájaro Azul con su conocida mueca en los labios, or<strong>de</strong>nó a sus<br />

hombres la acción a seguir, intercambiando consignas, avanzaron en plena carrera,<br />

acezando, como explotando sus pulmones. “Echaron bala <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mata<strong>de</strong>ro”, una vieja<br />

casona, fría, manchada <strong>de</strong> sangre en sus pare<strong>de</strong>s interiores que nunca lavaban, cebo<br />

acumulado -a las tres <strong>de</strong> la mañana comenzaba la matanza y nadie dormía en el pueblo por<br />

los mugidos agonizantes <strong>de</strong> las reses y, “se juntaron en grupos gran<strong>de</strong>s por las calles dando<br />

plomo, disparando” a las casas, a las puertas y muchos <strong>de</strong> ellos, en forma osada con<br />

cigarrillos y tabacos y mucha maestría prendían los tacos <strong>de</strong> dinamita y sin darse tiempo,<br />

los lanzaban contra los techos y la explosión conmovía a la tierra como herida <strong>de</strong> muerte.<br />

“A las once <strong>de</strong> la noche, con el escozor <strong>de</strong> la sorpresa, se inició la toma <strong>de</strong> Ceilán, pueblo<br />

largo, más largo que ancho y <strong>de</strong> pocas calles y, a las tres <strong>de</strong> la mañana ya clareando,<br />

terminaron <strong>de</strong> ocuparlo; a las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> <strong>de</strong>l otro día, cesaba el fuego en el cementerio”,<br />

parapetados ellos en las cruces hechas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, pisando las flore frescas y las fosas con<br />

sus nombres eternos labrados a cincel sobre mármol; la muerte <strong>de</strong>senterrando a la muerte.<br />

“Enloquecidos no cesaban <strong>de</strong> disparar, impulso en sus <strong>de</strong>dos ya quemados por la pólvora,<br />

impulso en sus intestinos, embriagados como en una fiesta <strong>de</strong> cantina. Hombres<br />

<strong>de</strong>salmados...”.<br />

“Los chulavitas lo tenían todo planeado porque sabían que los liberales tenían armas e<br />

iban a respon<strong>de</strong>r, pero como los tomaron por sorpresa los jodieron al principio. De un<br />

momento a otro cuando la vaina estaba bien prendida, un muchacho Rigoberto Barrios<br />

que era el electricista <strong>de</strong>l pueblo y dormía en la telegrafía, salió a la plaza con una<br />

escopeta, se parapetó <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la estatua <strong>de</strong> Olaya Herrera y comenzó a disparar. Se bajó<br />

como a unos diez, hasta que le dieron un pepazo que le estalló la cabeza. Pero eso fue<br />

suficiente para que los liberales <strong>de</strong> Ceilán reaccionaran y salieran a echar bala, a<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse. Se armó la batalla. Los liberales atacaron cuerpo a cuerpo, pero los chulavitas<br />

estaban mejor armados y entonces fue la matazón...”<br />

Ese día, a las siete <strong>de</strong> la mañana llegaron los camiones “y comenzó el saqueo en serio”, <strong>de</strong><br />

almacenes, <strong>de</strong> las casas, baúles, objetos <strong>de</strong> valor, mercancías, comestibles, bultos <strong>de</strong> café y<br />

esos hombres con su fanatismo <strong>de</strong>sbordado, “dispuestos a llenar vehículos y más vehículos,<br />

agitados arrancaban sin prisa en los carros para Tulúa”. Hicieron muchos viajes y al<br />

terminar el saqueo sin <strong>de</strong>mostrar gestos <strong>de</strong> emoción en sus rostros, riegan gasolina en<br />

grupos <strong>de</strong> dos y tres hombres “por las calles <strong>de</strong>l pueblo, en las puertas y en los zócalos y<br />

lanzando el líquido sobre los techos como haciendo lluvia le pren<strong>de</strong>n fuego y la llamarada<br />

endiablada en muchos ríos”, culebra creciendo, chasquido agudo <strong>de</strong> las llamas “crecido y<br />

tembloroso río, que pasaba <strong>de</strong> una calle a la otra”, uniéndose en su fragor en la<br />

<strong>de</strong>scomposición <strong>de</strong> un amarillento-rojizo, estelas al juego <strong>de</strong> los vientos , por las entradas y<br />

salidas, por la calle que venía <strong>de</strong> Tulúa, por la calle que venía <strong>de</strong> Sevilla, “un incendio <strong>de</strong><br />

por lo menos dos kilómetros <strong>de</strong> largo” y ellos, iluminados riendo, daban la impresión <strong>de</strong><br />

estar soplando botellas, magia <strong>de</strong>l soplo humano que mo<strong>de</strong>la figuras, y como si alguien las<br />

estuviera empujando, caían pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> las casas <strong>de</strong> dos o tres pisos, la ma<strong>de</strong>ra carcomida<br />

por los dientes <strong>de</strong> las llamas y el bronce <strong>de</strong> Olaya Herrera en la mitad <strong>de</strong> la plaza, impasible<br />

en sus años, montado en su base <strong>de</strong> cemento;<br />

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