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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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nariz <strong>de</strong> corcho y su pierna huesuda con los injertos <strong>de</strong> la carne <strong>de</strong> sus nalgas. Los dos<br />

humanamente eran parecidos, aunque oriundos <strong>de</strong> distancias geográficas distintas, Jaime,<br />

<strong>de</strong> la costa, Hernando, <strong>de</strong> Bogotá. Ambos sonreían siempre ante el peligro, eran <strong>de</strong> la<br />

misma fibra, se jugaban la vida sin el rigor premeditado <strong>de</strong> algunos revolucionarios.<br />

Hernando esa noche corrió el velo <strong>de</strong> su intimidad para que se conociera otra faceta <strong>de</strong> su<br />

personalidad. No era la fuerza bruta en sí, la fortaleza <strong>de</strong> alguien dispuesto a arrasar<br />

cualquier obstáculo. Esa noche lo dijo a sus compañeros, no en palabras sino en gestos, que<br />

también era un hombre sensible. Los revolucionarios se enmascaran a veces, en una ru<strong>de</strong>za<br />

inoperante, como si la manifestación <strong>de</strong> los principios tuviera que expresarla con el ceño<br />

fruncido, para darse una supuesta autoridad. Esa noche, Hernando se volvió un niño gran<strong>de</strong>,<br />

apacible, que guardó su fuerza en los músculos <strong>de</strong>scansados, cuando sentado en un viejo<br />

sillón, lo único que hizo fue acariciar con ternura, a su pequeño cachorro <strong>de</strong> tigrillo, que él<br />

había traído en uno <strong>de</strong> sus viajes a los Llanos Orientales. Hombre y tigrillo miraron a todos<br />

con ojos juguetones, ojos <strong>de</strong> mar en lejanía, <strong>de</strong>sinteresados ojos <strong>de</strong>scubriendo la naturaleza<br />

humana. Quizá Hernando se estaba <strong>de</strong>spidiendo para siempre <strong>de</strong> su cachorro, el tigrillo<br />

dormía en sus piernas. Hernando era carne <strong>de</strong> ternura. Hernando <strong>de</strong>cía, que la revolución<br />

implicaba una profunda responsabilidad, pero que la vida <strong>de</strong>l hombre seguía siendo un<br />

torrente <strong>de</strong> alegría, como si el hombre brotara por sus poros, una lluvia <strong>de</strong> carcajadas. La<br />

vida no siempre tiene la largura <strong>de</strong>seada. ¿Por qué, se preguntaba, el hombre <strong>de</strong>be<br />

amarrarse a su amargura como pose, la amargura muchas veces ficticia como <strong>de</strong>sdén...?<br />

Por la conversación en el bus, conversación radiante y expresiva en pequeñas historias <strong>de</strong><br />

profundas connotaciones, ya en carretera abierta, cuando el calor atosigante los obligó a<br />

quitarse la ropa para espantar el frío, Carlos Alberto imaginaba que Jacobo Arenas siempre<br />

había sido un hombre que toda su vida había tenido a su disposición una alacena<br />

virtualmente abarrotada <strong>de</strong> clavos <strong>de</strong> distintos tamaños y distintos usos, clavos <strong>de</strong> acero<br />

para las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> cemento, normales para la ma<strong>de</strong>ra, tachuelas y carramplones para las<br />

suelas <strong>de</strong> los zapatos, chinches para papeles, clavos <strong>de</strong> herradura para los caballos y,<br />

estrictamente colocados y organizados en cajas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra o <strong>de</strong> cartón, como tenía, también<br />

un angustioso control en la cantidad, para evitar susceptibles pérdidas <strong>de</strong> tiempo, al<br />

necesitarlos. A<strong>de</strong>más, por precaución, lo imaginaba con clavos en las manos, en la boca,<br />

entre las orejas, en los bolsillos <strong>de</strong>l pantalón y <strong>de</strong> la camisa, incluso en la relojera y, como<br />

es lógico suponer, un martillo empuñado para clavar los clavos en el sitio o en el orificio<br />

<strong>de</strong>stinado. Esa pasión en<strong>de</strong>moniada por los clavos -veleidad no precisamente <strong>de</strong><br />

coleccionista ni <strong>de</strong> agiotista angustiado por crear pánicos artificiales por la escasez en el<br />

mercado-, se refiere esencialmente al uso, porque para Jacobo un clavo se pue<strong>de</strong> calificar<br />

como un clavo, cuando su cabeza está a ras <strong>de</strong> superficie en que lo ha clavado, y pue<strong>de</strong> él<br />

pasar sin temor los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> las manos suavemente sobre la ma<strong>de</strong>ra o el cemento, sin sentir<br />

ningún rasguño. Esa pasión por los clavos le viene <strong>de</strong> su tío Juan, “un hombre que se<br />

ocupaba <strong>de</strong> las cosas elementales <strong>de</strong> la vida, que persistía sin que fuera un ebanista o un<br />

carpintero, que persistía por días y meses hasta lograr hacer una mesa o una cama, tal como<br />

lo hacían los ebanistas o los carpinteros. Un hombre obsesionado por hacer objetos con sus<br />

manos...”. Conseguía don<strong>de</strong> fuera, un tronco con raíces y tallaba figuras, que él<br />

probablemente había diseñado con anterioridad en su cerebro: un hombre sentado, fumando<br />

pipa apaciblemente; un caballo galopando; un boga remando canoa. No era propiamente un<br />

artista, era un artesano con gran<strong>de</strong>s dotes. “Mi tío era así, mientras vivió con nosotros; yo lo<br />

conocí durante quince años viviendo con nosotros...”. Del padre y <strong>de</strong> la madre fue<br />

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