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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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sueño por más esfuerzos que hizo para <strong>de</strong>scansar. Se sentía asediado por los pasos que lo<br />

venían siguiendo. Para sosegarse reconstruyó en imagen precisa el interior <strong>de</strong> la casa: la<br />

sala <strong>de</strong> pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra burda sin cepillar, las rendijas entre una y otra tabla cubiertas<br />

con papel periódico para <strong>de</strong>tener el frío; colgado en mitad <strong>de</strong> la pared, una especie <strong>de</strong><br />

retablo <strong>de</strong> fotografías familiares, generaciones <strong>de</strong>coloradas por el tiempo, y en la más<br />

amarillenta <strong>de</strong> todas, aparece un hombre <strong>de</strong> pie, vestido <strong>de</strong> caqui, muy serio, con los brazos<br />

tímidamente pegados al cuerpo y una mirada tierna y profunda <strong>de</strong> colono, bigotes ralos: su<br />

abuelo, Ángel Marín; <strong>de</strong> la sala se seguía por el estrecho corredor a una habitación también<br />

<strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, situada a la <strong>de</strong>recha, <strong>de</strong> la habitación <strong>de</strong> la tía Ana Francisca; sobre el mismo<br />

piso se bajaba al patio por una escalera <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y ya en el patio crecido en flores se<br />

<strong>de</strong>volvía a la inversa para llegar a la cocina que se había construido <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las<br />

habitaciones, y cuando se prendía la can<strong>de</strong>la, el humo huía por las rendijas <strong>de</strong>l piso <strong>de</strong> las<br />

habitaciones para dibujar tenues arabescos sobre el retablo <strong>de</strong> las viejas fotografías<br />

familiares.<br />

En casa <strong>de</strong> otra <strong>de</strong> las tías, La tía Rosa, en la noche con absoluto sigilo se reunieron con<br />

Pedro Antonio Marín, doce primos; a la luz <strong>de</strong> una esperma y al sonido <strong>de</strong> cuchicheos<br />

acordaron que <strong>de</strong>bían salirse hacia una vereda que les diera ciertas segurida<strong>de</strong>s; querían<br />

planificar la forma <strong>de</strong> conseguir algunas armas, <strong>de</strong> elaborar los primeros planes. Mientras<br />

los primos, que tenían una vida legal, hicieron los contactos, él se escondió por un tiempo<br />

en la casa <strong>de</strong> la tía Rosa. “En Génova la situación era dura, muy dura. A las seis <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>,<br />

los más conocidos o los menos conocidos, por terror abandonaban las calles para encerrarse<br />

en las casas. Los pájaros salían libremente a tocar sus guitarras en notas triunfales,<br />

celebrando con canciones y voladores al aire su triunfo político; señalaban con letreros<br />

rojos la pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong> ciertas casas, los sin vida en la madrugada... Demostración <strong>de</strong> dominio<br />

sobre el pueblo. El terror, el mismo terror en la cara <strong>de</strong>l país; un pueblo atemorizado en sus<br />

hombres, era lo cierto...”.<br />

En los días <strong>de</strong> mercado, organizaron un sistema <strong>de</strong> pelea que servía para atrapar a incautos<br />

liberales. Un pretexto, que por cierto les resultaba y ellos, ante la población luego aparecían<br />

limpios <strong>de</strong> posibles culpas, aunque el criterio <strong>de</strong> la culpabilidad en esos casos había <strong>de</strong>jado<br />

<strong>de</strong> existir. “Ya cualquier carajo <strong>de</strong> una vereda era un mirúz muy respetable, un coco por el<br />

revólver y la pistola al cinto, bebiendo en las cantinas y en los bares. De pronto, sin que<br />

hubiera una causa justificada, se armaba una pelea entre tres o cuatro <strong>de</strong> los mismos, con<br />

gritos furiosos que se iban a matar en el instante, reluciendo los revólveres para disparar, al<br />

final, haciéndose los equivocados pedían disculpas porque habían matado por equivocación<br />

a uno que otro liberal...”. Al llegar la policía, continúa el simulacro <strong>de</strong> la mentira, ellos<br />

gritan en coro: “Mírelos, allá van huyendo los que dispararon, cruzaron por la otra calle”.<br />

La policía indagaba o hacía que indagaba, ¿qué pasó...? Alguien <strong>de</strong>l tumulto -infortunado,<br />

sería hombre muerto en pocas horas-, respondía, fueron unos hombres armados <strong>de</strong><br />

revólveres, <strong>de</strong> sombreros gran<strong>de</strong>s y carrieles colgados al hombro... ¿Qué se hicieron...?<br />

Desaparecieron por la esquina. ¿Pero van armados...? Si, señores agentes. Ah, no tenemos<br />

ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong> seguirlos. Dos horas <strong>de</strong>spués, regresaban ellos para preguntar si por casualidad<br />

habían disparado certeramente. Situación invivible en Génova, un mes escondido, oyendo<br />

los ruidos <strong>de</strong> los carros que cruzaban por la calle y nervioso esperando el día para conocer<br />

las noticias sobre los muertos; uno en el mata<strong>de</strong>ro, otro en la plaza <strong>de</strong> Los Mártires, otro en<br />

la zona <strong>de</strong> tolerancia, otro en la bocacalle y con ese noticiero uno solo haciendo la solitaria,<br />

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