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Las Vidas de Tirofijo

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

Manuel Marulanda Velez, o Pedro Antonio Marin, de su nombre de Bautizo, fue uno de los Hombre perseguido de la historia moderna de Colombia, innumerables veces hemos escuchado la noticia de su muerte, mientras tomábamos juntos a él el primer café de la mañana....

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Cali se convierte en la ciudad <strong>de</strong> los exiliados. Ellos piensan que entre sus calles van a<br />

encontrar la seguridad para sus vidas que no tienen en sus veredas y en sus fincas. La<br />

alegría inicial que los embarga, nubla sus pensamientos con la dura duda, al ver que<br />

también Cali como ciudad comienza a sentirse atrapada en el miedo a sus noches. El<br />

encierro citadino es una soga sobre el cuello. Es la fusión <strong>de</strong> los dos miedos. Para vivir en<br />

la ciudad hay que acostumbrarse a que la existencia <strong>de</strong>l hombre termina a las seis <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong>. Luego vendrá el sueño poblado <strong>de</strong> torrentes <strong>de</strong> pesadillas, que se empujan unas a<br />

otras. El toque <strong>de</strong> queda se escuchará muy pronto. La noche será poblada por otros seres<br />

con ojos <strong>de</strong> aves <strong>de</strong> rapiña, excelentes cazadores <strong>de</strong> presas en la nocturnidad.<br />

“...Bajo los números abajo citados, en completo goce <strong>de</strong> nuestras faculta<strong>de</strong>s<br />

mentales...”<br />

<strong>Las</strong> puertas están abiertas para entrar a cualquier sitio, pueblo o ciudad; como contraseñas<br />

solamente les pi<strong>de</strong>n su presencia, son la continuación civil <strong>de</strong> la autoridad oficial; vuelan en<br />

el día, vuelan en la noche, son hombres preparados y avezados en el oficio, dispuestos a no<br />

permitir que les tiemble el corazón en ninguna acción por fallida que resulte. Si sucediera<br />

<strong>de</strong>jarían <strong>de</strong> ser en espíritu, en carne y en su naturaleza. Sería una torpe <strong>de</strong>bilidad humana<br />

que no se perdonarían, sería como sentir mil latigazos sobre las espaldas. Ellos no permiten<br />

que su sangre brote como un vil sentimiento <strong>de</strong> culpabilidad.<br />

No pa<strong>de</strong>cen <strong>de</strong> la rara enfermedad conocida en estos tiempos como humanitarismo o<br />

compasión, siendo como son católicos confesos, <strong>de</strong> hostia en la boca, manos crucificadas y<br />

rezos masticados y un pensamiento, en apariencia lejano. No es una cobertura, tampoco una<br />

contradicción. Es un principio su manera <strong>de</strong> ser, porque están <strong>de</strong>fendiendo algo en que<br />

creen, aunque no conozcan sus significados. No es una cuestión filosófica. Son hombres<br />

que vibran en la acción, no reflexionan ni abordar otras honduras, no lo necesitan. La<br />

humanidad está dividida entre ellos que apuntan sin contemplación con su razón y los otros,<br />

los que reciben con humildad en sus cuerpos, la puntería <strong>de</strong> su razonar. Un simple diálogo<br />

en que las palabras son inoficiosas.<br />

Son los portadores <strong>de</strong> una presencia dual en el oficio; van al campo y regresan a la ciudad,<br />

motorizados, corren y alzan vuelo sin problemas <strong>de</strong> i<strong>de</strong>ntida<strong>de</strong>s, por esta y la otra carretera.<br />

Andan en el campo con sombreros caídos, señal inequívoca; un pañuelo azul ro<strong>de</strong>a el<br />

cuello y cubre el escapulario; mal encarados, armados en su totalidad como si los huesos<br />

fueran <strong>de</strong> plomo, <strong>de</strong> pies a cabeza; cananas cruzadas, bien aparcados y como <strong>de</strong>mostración<br />

<strong>de</strong> fuerza, el arma al cinto y una mirada <strong>de</strong> respeto, según ellos. Un gesto aprendido.<br />

Estaban azulando la Cordillera, godificando su verdor, chulavitizando sus cruces,<br />

conservatizando sus aguas.<br />

“Fue el comienzo <strong>de</strong> esa situación que conocí en El Dovio. Detrás <strong>de</strong> mi como sombra<br />

maligna, la violencia. Llegaba a un pueblo, a otro y ahí estaba esperándome como<br />

queriendo <strong>de</strong>sterrarme y si no había llegado por tardanzas en el camino, a la semana<br />

siguiente aparecía. Me arrastraba en sus aguas, las arrastraba en su corriente como si fuera<br />

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