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España no obstante le tenía reservada una sorpresa.A principios de 1803 se produjo un episodio inesperado, que siempre semanejó con mucha reserva, y que de alguna manera ayudó a marcar eldestino fernandino de Antonio Jesús.Su amigo Felipe Cabañez, que había sido pocos meses antes, padrino debautismo de su hijo Rafael Antonio, y que era la única persona a quienAntonio había confiado el triste final de su carrera como dependiente de laReal Compañía Marítima en La Coruña, se apersonó un día en su casapidiendo hablarle a solas.Venía realmente muy contento, con la alegría típica de las personas de bienque se regocijan de ser copartícipes de un acto de justicia.Le contó que apenas tuvo conocimiento de los hechos que Antonio le habíarelatado cinco años atrás, se había propuesto en forma reservada tratar dereparar el daño que se le había infligido, por lo que él llamabaautocríticamente:“la incapacidad de los españoles por hacer prevalecer la transparencia y laverdad, aun cuando hubiese que arremeter contra muchas personas conpoder”.Con ese propósito Cabañez se había comunicado con personas de suconfianza y de respetable influencia que se habían puesto en contacto conquien fuera Director de la Compañía en la Coruña y tenía sobre suconciencia el injusto sacrificio al que había sometido a Antonio, a pesar deque fuera para salvarle la vida.Como finalmente y al cabo de cinco años desde la partida de Antonio, laoscura maniobra había podido aclararse y sus responsables no tenían yaningún vínculo con la Compañía, toda la situación había podido reversegracias al denodado esfuerzo de aquel Director que demostró muchapaciencia y perseverancia por saldar sus deudas morales.Finalmente, receptivas al continuo reclamo de su responsable exfuncionario, las autoridades de la Compañía con sede en Madrid, habíandecidido conferir a Antonio una interesante compensación económica junto100