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13. Maruja Díaz de Guerra, un ejemplo de generosidadUn rato más tarde me establecí en el restaurant La Pasiva, en la esquina deFlorida y 18 de Julio, soñando que me acompañaban también mis nietos.Pensé que les diría que había elegido ese lugar pues allí estaba ubicada unaimportante casa con mirador en la que vivía Antonio con su familia: Marijó y suscinco hijos, Rafael Antonio, Antonia, Eladia Joaquina, Eugenio, Fernando MaríaAntonio, y Fernando Zoa Rafael.Mientras pedía un refresco, me extasiaba en la ensoñación de una escena enla que cansados y hambrientos, comíamos en silencio varias pizzas, fainá, ypanchos, para luego continuar dando alas a mi imaginación:Poco después de sucesivas órdenes de pizza lucíamos todos más calmos ydeseosos de continuar la conversación.Yo había comido sólo una porción de fainá y un pancho con jamón. Tenía lamirada perdida en algún lugar de la plaza principal cuando uno de mis nietosvarones me urgió a atenderlo.– Abu, en qué piensas que estás tan distraído, me pregunta de pronto.Yo no demoro en responderle:– Yo estaba pensando que les he hablado mucho de Antonio Jesús y de lafamilia, lo cual es bueno, pero estoy omitiendo algo importante que ManuelAbdala que era hijo de emigrantes me repetía mucho. Él fue un poco ejemplo ysostén de su familia cuando sus padres estaban mayores y había quedadocomo el hermano mayor ante la muerte de Juan.Manuel decía que la familia de sangre era muy importante pero que sinembargo no siempre, por distintas circunstancias, se podía contar con la familiapara todo. Tal había sido el consejo que la madre de su madre le había dadoen el momento de despedirla para siempre desde el puerto de Trípoli: “rodéatede buenos vecinos que te acompañarán mucho más que yo en el futuro”.147