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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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—Lo haré —contestó el rey—. Enviaré a treinta <strong>de</strong> mis hombres.<br />

Los hizo llamar luego y les or<strong>de</strong>nó llevar el mensaje al país <strong>de</strong> Sigfrido. En su<br />

alegría la señora Brunequilda les regaló muchos vestidos.<br />

—Guerreros míos —les dijo el rey —, <strong>de</strong>cidles en mi nombre al fuerte<br />

Sigfrido y a mi hermana que <strong>los</strong> invito a que vengan aquí y <strong>de</strong>cidles que nada en<br />

el mundo me será tan grato como ver<strong>los</strong>.<br />

» Procurad <strong>de</strong>cidir<strong>los</strong> a que ambos vengan a las orillas <strong>de</strong>l Rhin: y o y<br />

Brunequilda les quedaremos agra<strong>de</strong>cidos para siempre. Antes <strong>de</strong> que llegue el<br />

estío habrá aquí muchos hombres y para que a él y <strong>los</strong> suyos les hagan honor.<br />

» Llevad también mis cumplimientos al rey Sigemundo y <strong>de</strong>cidle que y o y<br />

mis parientes le estamos siempre agra<strong>de</strong>cidos; a mi hermana le diréis que no<br />

<strong>de</strong>je <strong>de</strong> venir a ver a sus amigos; nunca se encontrará mejor fiesta.<br />

Brunequilda y Uta y muchas <strong>de</strong> las mujeres que allí estaban, enviaron sus<br />

saludos a muchas <strong>de</strong> las hermosas mujeres que estaban en el país <strong>de</strong> Sigfrido y a<br />

muchos hombres valientes. Los mensajeros marcharon a cumplir las ór<strong>de</strong>nes <strong>de</strong>l<br />

rey.<br />

Estaban preparados para el viaje y habían recibido cabal<strong>los</strong> y vestidos:<br />

salieron <strong>de</strong>l país y manifestaba gran prisa por llegar al término <strong>de</strong> su <strong>de</strong>stino. <strong>El</strong><br />

rey había mandado que <strong>los</strong> acompañara una numerosa escolta.<br />

En tres semanas llegaron al país don<strong>de</strong> se hallaban <strong>los</strong> <strong>Nibelungos</strong>.<br />

Encontraron al héroe en la Marca <strong>de</strong> Noruega. Los cabal<strong>los</strong> y las gentes estaban<br />

fatigados <strong>de</strong>l viaje.<br />

Corrieron a <strong>de</strong>cir a Sigfrido y a Crimilda que habían llegado unos guerreros<br />

trayendo trajes como <strong>los</strong> que se usaban en el país <strong>de</strong> <strong>los</strong> Borgoñones. Al escuchar<br />

esto la reina saltó <strong>de</strong>l lecho en que reposaba.<br />

Mandó a una <strong>de</strong> sus damas que se asomara a una ventana: ella vio <strong>de</strong>s<strong>de</strong> allí<br />

al fuerte Gere en medio <strong>de</strong>l patio seguido <strong>de</strong> <strong>los</strong> compañeros que habían ido con<br />

él. Después <strong>de</strong> tan gran pena ¡cuál sería la alegría <strong>de</strong> su corazón!, y dijo al rey.<br />

—¿Veis a <strong>los</strong> que han llegado a la corte con el bravo Gere enviados por mi<br />

hermano Gunter <strong>de</strong>s<strong>de</strong> las orillas <strong>de</strong>l Rhin?<br />

—Que sean muy bien venidos —le contestó el fuerte Sigfrido.<br />

Todos <strong>los</strong> servidores corrieron a don<strong>de</strong> estaban. Cada uno por su parte dijo a<br />

<strong>los</strong> mensajeros las frases más amistosas que se les ocurrieron. Por la llegada <strong>de</strong><br />

el<strong>los</strong> estaba muy alegre el rey Sigemundo.<br />

Dieron alojamientos a Gere y a <strong>los</strong> que le habían acompañado y cuidaron <strong>de</strong><br />

sus cabal<strong>los</strong>. Después <strong>los</strong> mensajeros fueron a don<strong>de</strong> estaban el señor Sigfrido y<br />

Crimilda. Así lo hicieron, porque <strong>los</strong> invitaron a entrar en el palacio.<br />

<strong>El</strong> jefe y su esposa <strong>los</strong> saludaron con la mano. Muy bien recibidos fueron el<br />

Borgoñón, sus compañeros <strong>de</strong> armas y <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong>l rey Gunter. Rogaron al<br />

margrave Gere que ocupara un asiento.<br />

—Permitid que <strong>de</strong>mos nuestro mensaje antes <strong>de</strong> sentarnos; es conveniente

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