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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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Allí estaban sus hombres escogidos en número <strong>de</strong> mil doscientos guerreros: a<br />

la cabeza <strong>de</strong> el<strong>los</strong> estaba su señor, el rey Sigemundo. Quería vengar la muerte <strong>de</strong><br />

su hijo, según el honor se lo mandaba.<br />

No sabían a quiénes atacar, sino a Gunter y a sus gentes que habían ido con<br />

Sigfrido a la caza. Al ver<strong>los</strong> armados, Crimilda experimentó una nueva<br />

amargura.<br />

Por fuerte que fuera su pena, por gran<strong>de</strong> que fuera su <strong>de</strong>sgracia, temía tanto<br />

ver morir a <strong>los</strong> <strong>Nibelungos</strong> a manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> su hermano, que <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>tuvo. Les habló con dulzura como lo hubiera hecho un fiel amigo.<br />

—Señor rey Sigemundo, ¿qué vais a intentar? —les dijo la infortunada—. Vos<br />

no sabéis cuántos fuertes hombres tiene el rey Gunter. Todos os per<strong>de</strong>réis, si<br />

queréis atacar a esos guerreros.<br />

Tenían las espadas <strong>de</strong>snudas con afán por combatir. La noble reina les rogó<br />

que permanecieran quietos. Los guerreros no querían ce<strong>de</strong>r porque aquello les<br />

causaba un furioso pesar.<br />

—Señor rey Sigemundo —dijo ella—, <strong>de</strong>jad vuestro intento para ocasión más<br />

oportuna. Siempre seré <strong>de</strong> <strong>los</strong> vuestros para vengar a mi esposo: caro lo ha <strong>de</strong><br />

pagar el que me lo ha quitado.<br />

» <strong>El</strong><strong>los</strong> tienen aquí en el Rhin gran po<strong>de</strong>río, por esto os aconsejo que no<br />

intentéis la lucha; serían treinta hombres para uno. Dios les recompense bastante<br />

todo lo que nos han hecho.<br />

» Permaneced en el palacio y sufrid la pena conmigo. Cuando sea <strong>de</strong> día,<br />

vosotros nobles guerreros me ay udaréis a dar sepultura a mi esposo querido.<br />

Los héroes respondieron:<br />

—Amada señora, así se hará.<br />

Nadie podrá <strong>de</strong>cir hasta qué punto se lamentaron <strong>los</strong> caballeros y las<br />

mujeres, pues toda la ciudad estaba <strong>de</strong> duelo. Los nobles ciudadanos acudieron<br />

precipitadamente.<br />

<strong>El</strong><strong>los</strong> lloraron con <strong>los</strong> extranjeros; pues también para el<strong>los</strong> era gran pena. No<br />

sabían por qué causa el noble guerrero había perdido vida y cuerpo. Con las<br />

mujeres <strong>de</strong> la reina, lloraron muchas esposas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong> la ciudad.<br />

Se mandó a <strong>los</strong> artífices que con toda prisa construy eran un ataúd <strong>de</strong> plata y<br />

oro, gran<strong>de</strong> y fuerte unido por planchas <strong>de</strong> acero bien templado. Toda la gente<br />

tenía el corazón oprimido por el pesar.<br />

Pasó la noche y comenzó a <strong>de</strong>spuntar el día. La noble reina hizo llevar a la<br />

catedral a su nobilísimo muerto, a su querido esposo. Todos <strong>los</strong> amigos que habían<br />

ido allí con él lo seguían llorando.<br />

¡Cuántas campanas sonaron al llevarlo a la catedral! Por todas partes se<br />

escuchaba el canto <strong>de</strong> <strong>los</strong> sacerdotes.<br />

También fueron el rey Gunter con sus hombres y el feroz Hagen: mejor<br />

hubieran hecho con no ir.

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