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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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mañana siguiente en que la luz vino a entrar por la ventana. Entre tanto su placer<br />

no era gran<strong>de</strong>.<br />

—Decidme, señor Gunter, ¿no os disgustaría —le preguntó la bella joven—,<br />

que vuestros camareros os encontraran amarrado <strong>de</strong> ese modo, por las manos <strong>de</strong><br />

una mujer?<br />

—Esto mismo no os haría honor —respondió el noble caballero—. Pero<br />

confieso que no me haría favor a mí tampoco: en nombre <strong>de</strong> vuestra virtud y <strong>de</strong><br />

vuestra bondad, <strong>de</strong>jad que me acerque a vos y ya, que tanto os incomoda mi<br />

afección, mi mano no tocará ni aun vuestros vestidos.<br />

Inmediatamente le quitó las ligaduras y el rey quedó libre; se acostó en el<br />

lecho en que estaba su mujer. Pero se mantenía tan distante que ni aun siquiera<br />

tocaba su ropa: ella tampoco quería que sucediera.<br />

Llegaron <strong>los</strong> <strong>de</strong> su servidumbre, tray éndoles nuevos adornos, <strong>de</strong> <strong>los</strong> que<br />

habían preparado gran número, para aquella mañana nupcial. Todos estaban<br />

alegres, pero el jefe <strong>de</strong>l país permanecía <strong>de</strong> humor sombrío y la alegría <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>más le hacía daño.<br />

Según las costumbres <strong>de</strong>l país, que siguieron exactamente, Gunter y<br />

Brunequilda no tardaron en ir a la catedral, don<strong>de</strong> se cantó una misa. <strong>El</strong> señor<br />

Sigfrido hizo lo mismo: allí se aglomeraba mucha gente.<br />

Allí recibieron <strong>los</strong> honores reales que les correspondían: el manto y la corona.<br />

Cuando <strong>los</strong> cuatro estuvieron ben<strong>de</strong>cidos, admiraron su bella presencia con la<br />

corona ceñida.<br />

Sabed también que aquel día muchos guerreros, seiscientos o más, fueron<br />

armados caballeros en honor <strong>de</strong>l rey. Gran<strong>de</strong> fue la alegría que hubo en el país<br />

<strong>de</strong> Borgoña: las lanzas vibraron en las manos <strong>de</strong> <strong>los</strong> nuevos caballeros.<br />

Des<strong>de</strong> las ventana <strong>los</strong> miraban las hermosas jóvenes, viendo relucir a lo lejos<br />

sus brillantes escudos. <strong>El</strong> rey sin embargo se mantenía separado <strong>de</strong> <strong>los</strong> suyos:<br />

sucediera lo que sucediera, permanecía triste y pensativo.<br />

Su humor y el <strong>de</strong> Sigfrido eran bien diferentes. <strong>El</strong> noble caballero sabía la<br />

causa <strong>de</strong> la pena <strong>de</strong>l rey, pero se le acercó y le dijo:<br />

—¿Qué os ha sucedido esta noche?, contádmelo.<br />

<strong>El</strong> jefe respondió a su huésped:<br />

—<strong>El</strong> <strong>de</strong>shonor y la vergüenza se han introducido en mi casa con esta mujer.<br />

¡Cuando le he querido hacer el amor, me ha amarrado fuertemente! Después,<br />

levantándome, me ha colgado <strong>de</strong> un clavo que había en el muro.<br />

» Lleno <strong>de</strong> angustia, he permanecido allí toda la noche, hasta que fue <strong>de</strong> día.<br />

¡Sólo entonces fue cuando me <strong>de</strong>sató! Te lo digo en secreto, como a un amigo<br />

fiel.<br />

—Esto me aflige mucho —le respondió Sigfrido—. Pero yo te haré dueño <strong>de</strong><br />

ella; cesa en tu cólera. Yo haré que esta noche permanezca a tu lado y en<br />

a<strong>de</strong>lante nunca te negará su amor.

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