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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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<strong>de</strong>cirle que iba a pedir una reina para el rey: ella se acordó tiernamente <strong>de</strong> la<br />

buena Helke.<br />

Cuando la margrave supo la noticia, sintió pesar, pues no sabía cómo sería su<br />

nueva señora. Pensando en Helke sentía gran<strong>de</strong> aflicción.<br />

A <strong>los</strong> siete días Rudiguero salió <strong>de</strong>l Huneland, el rey Etzel estaba sumamente<br />

alegre. Hizo preparar <strong>los</strong> trajes en la ciudad <strong>de</strong> Viena, no quería que el viaje se<br />

difiriera más tiempo.<br />

En Bechlaren lo esperaba su esposa Gotelinda con la joven margravita, hija<br />

<strong>de</strong> Rudiguero, la una para ver a su padre, la otra para ver a su esposo. Allí, con<br />

alegre impaciencia, estaban también hermosas mujeres.<br />

Antes que el noble Rudiguero saliera <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Viena para Bechlaren,<br />

estaban preparados <strong>los</strong> vestidos y puestos en las bestias <strong>de</strong> carga. Había muchos<br />

y no <strong>de</strong>jaron ninguno.<br />

Cuando llegaron a Bechlaren, ofreció en la ciudad alojamiento a sus<br />

compañeros <strong>de</strong> viaje, como amistoso huésped, y les procuró todas las<br />

comodida<strong>de</strong>s. Gotelinda la rica experimentó gran<strong>de</strong> alegría al ver llegar al jefe.<br />

Lo mismo sucedió a su amada hija, la joven margrave; nunca la llegada <strong>de</strong><br />

su padre podía ser más agradable. ¡Con cuánta alegría veía llegar a <strong>los</strong> héroes <strong>de</strong>l<br />

Huneland! Con alegre sonrisa les dijo la noble joven:<br />

—Seáis bienvenido, padre mío, con todos <strong>los</strong> que os acompañan.<br />

Muchos hombres valientes dieron las gracias a porfía a la joven margrave.<br />

La señora Gotelinda conocía <strong>los</strong> cuidados <strong>de</strong>l noble Rudiguero.<br />

Por la noche, cuando se acostó al lado <strong>de</strong> Rudiguero, la margrave con<br />

afectuoso acento le preguntó a dón<strong>de</strong> lo había enviado el príncipe <strong>de</strong> <strong>los</strong> Hunos.<br />

—Mi esposa Gotelinda —le dijo— os lo haré conocer.<br />

» Voy a pedir para mi señor otra esposa porque ha muerto la hermosa Helke.<br />

Viajo hacia el Rhin don<strong>de</strong> está Crimilda, que será la elevada a reina <strong>de</strong> <strong>los</strong> Hunos.<br />

—Quiera Dios —dijo Gotelinda—, que sea así, por cuanto gran<strong>de</strong>s cosas<br />

oímos contar <strong>de</strong> ella; tal vez en remotos días nos consuele <strong>de</strong> la pérdida <strong>de</strong> Helke;<br />

bien po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>jarle ceñir la corona <strong>de</strong> <strong>los</strong> Hunos.<br />

—Querida esposa mía —le contestó el margrave Rudiguero—, a <strong>los</strong> que<br />

viajan conmigo hacia el Rhin es menester ofrecerles amistosamente <strong>de</strong> nuestros<br />

bienes; cuando <strong>los</strong> héroes están ricos, sienten su espíritu elevado.<br />

—No habrá uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> que contigo han venido —contestó ella—, al que no dé<br />

lo que mejor quiera antes <strong>de</strong> que marches tú y <strong>los</strong> que te acompañan.<br />

En seguida dijo el margrave:<br />

—Será para mí una gran<strong>de</strong> alegría.<br />

¡Oh!, ¡cuántas ricas telas sacaron <strong>de</strong> sus cámaras! Dieron a <strong>los</strong> nobles<br />

guerreros cantidad bastante <strong>de</strong> tela para vestirse <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cabeza a las espuelas; lo<br />

que les agradaba, Rudiguero lo escogía para el<strong>los</strong>.<br />

A la séptima mañana salieron <strong>de</strong> Bechlaren el jefe con sus guerreros. <strong>El</strong><strong>los</strong>

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