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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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—Detente un momento, noble Rudiguero, aún no os hemos dicho ni yo ni mis<br />

señores cuál es nuestra <strong>de</strong>sgracia. ¿Qué ventaja será para Etzel la muerte <strong>de</strong><br />

estos extranjeros?<br />

» Estoy en gran cuidado —añadió Hagen— porque el escudo que la señora<br />

Gotelinda me había regalado lo han agujereado <strong>los</strong> Hunos en mi brazo:<br />

amistosamente lo habían llevado en el país <strong>de</strong> Etzel.<br />

» Quiera Dios <strong>de</strong>l cielo conce<strong>de</strong>rme un escudo tan bueno como el que ahora<br />

embrazáis, muy noble Rudiguero; si lo tuviera, no me sería necesario en el<br />

combate llevar casco.<br />

—Bien quisiera regalaros mi escudo si me atreviera a hacerlo en presencia<br />

<strong>de</strong> Crimilda. No importa, tomadlo Hagen y ceñidlo a vuestro brazo: ¡Oh!, ¡así<br />

podáis llevarlo a Borgoña!<br />

Cuando lo vieron ofrecer generosamente su escudo, <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong> muchos<br />

vertieron ardientes lágrimas. Fue su último regalo; <strong>de</strong>spués Rudiguero <strong>de</strong><br />

Bechlaren no regaló nada a ningún guerrero.<br />

Por furioso y colérico que estuviera Hagen, se conmovió al recibir el regalo<br />

que le hacía aquel buen guerrero, tan próximo a su fin. Muchos nobles caballeros<br />

lloraron con él.<br />

—Dios os lo recompense, muy noble Rudiguero. Nunca tendréis semejante,<br />

que haga a <strong>los</strong> guerreros tan magníficos rega<strong>los</strong>. Dios permitirá que vuestra<br />

virtud sea eterna.<br />

» Esta noticia ha aumentado mi <strong>de</strong>sgracia —añadió Hagen—; habíamos<br />

sufrido y a gran<strong>de</strong>s pesares y me quejo a Dios <strong>de</strong> tener que combatir con <strong>los</strong><br />

amigos.<br />

—Para mí es también un horrible pesar —replicó en seguida el margrave.<br />

—Tendré en cuenta vuestro regalo, muy noble Rudiguero; sea lo que sea lo<br />

que estos guerreros hagan en el combate, nunca os herirá mi mano aunque<br />

matarais a todos <strong>los</strong> Borgoñones.<br />

Al escuchar esto el buen Rudiguero dio las gracias. La gente toda lloraba, y<br />

era una horrible pena no po<strong>de</strong>r evitar aquel encuentro. Rudiguero, el padre <strong>de</strong><br />

todas las virtu<strong>de</strong>s iba a morir. Des<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong> la escalera, dijo Volker el músico:<br />

—Ya que mi compañero Hagen ha hecho la paz con vos, también os<br />

respetará mi mano. Bien lo habéis merecido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que llegamos a vuestro país.<br />

» Muy noble margrave, sed mi mensajero: estos rojos brazaletes me <strong>los</strong><br />

regaló la señora Gotelinda, para que me <strong>los</strong> pusiera en esta fiesta: ved<strong>los</strong> en mis<br />

brazos y sed testigo <strong>de</strong> ello.<br />

—Quisiera el Dios <strong>de</strong>l cielo —dijo Rudiguero— que la margrave os pudiera<br />

regalar más. Haré saber la noticia a mi querida esposa, si la vuelvo a ver alguna<br />

vez.<br />

Después <strong>de</strong> esta promesa, Rudiguero con el alma inflamada levantó el<br />

escudo: sin tardar más se arrojó contra <strong>los</strong> extranjeros el héroe valeroso. Fuertes

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