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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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que lo querían bien, les distribuiréis su oro, en nombre <strong>de</strong>l alma <strong>de</strong> Sigfrido.<br />

No hubo ningún niño, por pequeño que fuera, que llegado a la edad <strong>de</strong> la<br />

razón <strong>de</strong>jara <strong>de</strong> ir a <strong>los</strong> funerales. Antes <strong>de</strong> ser enterrado, cantaron más <strong>de</strong> cien<br />

misas por día. Los amigos <strong>de</strong> Sigfrido se aglomeraban allí.<br />

Cuando acabaron <strong>de</strong> cantar, la multitud se dispersó. Después dijo Crimilda:<br />

—Esta noche no me <strong>de</strong>jaréis sola para velar al héroe sin igual. Con su cuerpo<br />

han encerrado toda mi alegría.<br />

» Tres días y tres noches <strong>de</strong>seo que permanezca así, porque quiero gozar <strong>de</strong><br />

la vista <strong>de</strong> mi amado esposo. Tal vez or<strong>de</strong>ne Dios que la muerte me lleve<br />

también. Así terminará el dolor <strong>de</strong> la pobre Crimilda.<br />

Las gentes <strong>de</strong> la ciudad se fueron a sus casas. <strong>El</strong>la mandó a <strong>los</strong> sacerdotes, a<br />

<strong>los</strong> monjes y a todo su acompañamiento que se quedaran allí. Tuvieron tristes<br />

noches y penosos días.<br />

Permaneció más <strong>de</strong> un guerrero sin beber y sin comer; a <strong>los</strong> que querían<br />

alimento se lo ofrecían en abundancia; Sigemundo lo pagaba todo: aquello era<br />

una <strong>de</strong>sgracia y un gran dolor para <strong>los</strong> <strong>Nibelungos</strong>.<br />

En aquel<strong>los</strong> tres días, hemos oído <strong>de</strong>cir, que <strong>los</strong> que sabían cantar tuvieron<br />

muy gran<strong>de</strong> trabajo a causa <strong>de</strong>l dolor <strong>de</strong> Crimilda. Rogaron por el alma <strong>de</strong>l<br />

guerrero fuerte y magnánimo.<br />

Los pobres que estaban allí y que no poseían nada, tuvieron parte <strong>de</strong> ofrenda<br />

con el oro <strong>de</strong> Sigfrido: como no había <strong>de</strong> vivir más, se dieron por su alma muchos<br />

miles <strong>de</strong> marcos.<br />

Sus buenas tierra laborables fueron distribuidas entre <strong>los</strong> monasterios y sus<br />

gentes fieles. A <strong>los</strong> pobres les dieron plata y vestidos. <strong>El</strong>la hizo compren<strong>de</strong>r por<br />

sus buenas acciones, cuán gran<strong>de</strong> amor le profesaba.<br />

En la tercera mañana, al tiempo <strong>de</strong> la misa, el ancho cementerio cercano a la<br />

catedral estaba lleno <strong>de</strong> gentes que lloraban, rindiendo homenaje al muerto,<br />

como se hace con <strong>los</strong> amigos queridos.<br />

En aquel<strong>los</strong> cuatro días, se dice, que más <strong>de</strong> treinta mil marcos se dieron a <strong>los</strong><br />

pobres por la salvación <strong>de</strong> su alma. Allí estaba tendido y reducido a la nada su<br />

gran<strong>de</strong> y hermoso cuerpo.<br />

Cuando se acabó el oficio a Dios y terminaron <strong>los</strong> cantos, muchos <strong>de</strong>l pueblo<br />

se agitaban dolorosamente. Sacáronlo fuera <strong>de</strong> la catedral llevándolo hacia la<br />

fosa. Allí también se escuchaban llantos y gemidos.<br />

<strong>El</strong> pueblo siguió al entierro lanzando gritos <strong>de</strong> dolor: nadie estaba alegre, ni<br />

hombre ni mujer. Antes <strong>de</strong> enterrarlo cantaron y rezaron. ¡Ah cuántos buenos<br />

sacerdotes se encontraron en el entierro!<br />

Cuando la triste viuda se quiso aproximar a la fosa, fue tan dura la aflicción<br />

que sintió, que muchas veces tuvieron que rociarle el rostro con agua <strong>de</strong> la<br />

fuente: el dolor <strong>de</strong> su corazón era muy gran<strong>de</strong>.<br />

Es verda<strong>de</strong>ramente una maravilla que sus fuerzas pudieran resistir. A su lado

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