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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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Avanzaban con sus bien agudas lanzas y con sus espadas, que les llegaban<br />

hasta las espuelas: eran puntiagudas y muy largas. Brunequilda, la virgen digna<br />

<strong>de</strong> amor, miraba todo aquello.<br />

En compañía <strong>de</strong> el<strong>los</strong> iban Dankwart y su hermano Hagen. Hemos oído<br />

contar que estos guerreros llevaban vestidos negros como las alas <strong>de</strong>l cuervo.<br />

Nuevos eran sus escudos, buenos, largos y fuertes.<br />

De la India era la pedrería que se veía relucir suntuosamente en sus vestidos.<br />

En la orilla <strong>de</strong>jaron sin guardia la embarcación, y se encaminaron hacia la<br />

ciudad aquel<strong>los</strong> héroes nobles y buenos.<br />

Ochenta y seis torres se elevaban allí, tres palacios y un salón construido<br />

magníficamente con mármol ver<strong>de</strong> como la hierba. Allí se hallaba la joven reina<br />

y su acompañamiento.<br />

Las puertas <strong>de</strong> la ciudad se abrieron tan anchas como eran. Los hombres <strong>de</strong><br />

Brunequilda salieron a su encuentro y <strong>los</strong> recibieron como a huéspe<strong>de</strong>s, en el país<br />

<strong>de</strong> su soberana. Sus cabal<strong>los</strong> y sus escudos quedaron bajo la custodia <strong>de</strong> el<strong>los</strong>.<br />

Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> camareros habló <strong>de</strong> este modo:<br />

—Dadme vuestras espadas y vuestras bruñidas corazas.<br />

—No po<strong>de</strong>mos conce<strong>de</strong>ros eso —respondió Hagen <strong>de</strong> Troneja—, nosotros<br />

mismos queremos llevarlas.<br />

Sigfrido comenzó entonces a explicarle <strong>los</strong> usos <strong>de</strong> aquella corte.<br />

—Es costumbre en esta ciudad, <strong>de</strong>bo <strong>de</strong>círoslo, que ningún huésped lleve<br />

armas: <strong>de</strong>jad que recojan las vuestras y estará bien hecho.<br />

No siguió gustoso este consejo Hagen, el guerrero <strong>de</strong> Gunter. Hicieron servir<br />

a <strong>los</strong> héroes licores y otras cosas convenientes. Muchos brillantes guerreros, con<br />

trajes <strong>de</strong> príncipes, se encaminaron a la corte. Dirigían a <strong>los</strong> héroes muchas<br />

miradas <strong>de</strong> curiosidad.<br />

Dijeron a Brunequilda, que unos guerreros extranjeros habían llegado con<br />

ricos trajes, navegando por el mar. La joven hermosa y buena comenzó a<br />

informarse.<br />

—Hacedme escuchar —dijo la reina— quiénes pue<strong>de</strong>n ser esos guerreros<br />

<strong>de</strong>sconocidos <strong>de</strong> tan arrogante presencia, que veo en mi ciudad, y cuáles pue<strong>de</strong>n<br />

ser <strong>los</strong> motivos porque han navegado hasta aquí.<br />

Uno <strong>de</strong> su acompañamiento le respondió:<br />

—Señora yo puedo afirmar que jamás he visto a ninguno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>, uno <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

que con el<strong>los</strong> están, me parece que es Sigfrido: mi opinión es que <strong>de</strong>bemos<br />

recibir<strong>los</strong> bien.<br />

» <strong>El</strong> segundo compañero suyo tiene una arrogante presencia; si tuviera valor<br />

para ello y pudiera conseguirlo sería digno <strong>de</strong> ser rey <strong>de</strong> este extenso país. Se<br />

distingue <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>de</strong>más por su aire <strong>de</strong> jefe.<br />

» <strong>El</strong> tercero <strong>de</strong> esos compañeros, parece que <strong>de</strong>be ser muy feroz, y sin<br />

embargo su cuerpo es hermoso, rica reina: sus miradas son vivas y las sostiene

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