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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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—¿Cómo te llaman?<br />

—Me llamo Sigfrido —le respondió—, creí que me conoceríais bien.<br />

—Me alegro <strong>de</strong> saberlo —le replicó Alberico—, sé que por vuestros heroicos<br />

trabajos sois con justicia señor <strong>de</strong> este país. Haré lo que mandéis si me <strong>de</strong>jáis<br />

libre.<br />

Así le contestó el héroe Sigfrido:<br />

—Irás rápidamente y me traerás <strong>los</strong> mejores guerreros nuestros que haya en<br />

el país: mil nibelungos; que sepan que estoy aquí: no quiero haceros daño, os <strong>de</strong>jo<br />

la vida.<br />

Quitó las cuerdas al gigante y a Alberico. <strong>El</strong> enano corrió a don<strong>de</strong> estaban <strong>los</strong><br />

guerreros y <strong>de</strong>spertó a <strong>los</strong> <strong>Nibelungos</strong> diciéndoles:<br />

—¡Arriba!, héroes, es menester que vayáis con Sigfrido.<br />

Saltaron <strong>de</strong> sus lechos y en breve tiempo estuvieron dispuestos. Mil esforzados<br />

guerreros se vistieron sus mejores trajes y fueron a don<strong>de</strong> estaba Sigfrido.<br />

Saludaron al hermoso héroe y estrecharon su mano.<br />

Se encendieron muchas luces y le prepararon una <strong>de</strong>liciosa bebida: les dio las<br />

gracias por haber venido tan pronto y les dijo:<br />

—Tendréis que venir conmigo hasta muy lejos.<br />

Dispuestos a seguirlo estaban muchos héroes fuertes y buenos. Más <strong>de</strong> treinta<br />

mil guerreros habían llegado; entre el<strong>los</strong> fueron escogidos <strong>los</strong> mil mejores.<br />

Trajéronles sus y elmos y sus armaduras, pues quería fueran con él al reino <strong>de</strong><br />

Brunequilda.<br />

—Mis buenos caballeros —les dijo—, quiero que sepáis que es menester<br />

llevar muchos y ricos vestidos a esta corte, pues allí os verán muchas hermosas<br />

mujeres: por esto hay que llevar muy ricos trajes.<br />

Posible es que algún ignorante diga que esto es un cuento y pregunten: ¿Cómo<br />

en tan poco tiempo pudieron reunirse tantos caballeros? ¿Dón<strong>de</strong> hubieran podido<br />

hallar vituallas? ¿Dón<strong>de</strong> hubieran cogido <strong>los</strong> trajes? Nada hubieran podido hallar<br />

ni aun teniendo treinta países a su disposición.<br />

Ya se ha oído hablar <strong>de</strong> las riquezas <strong>de</strong> Sigfrido: el tesoro y el reino <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

<strong>Nibelungos</strong> estaba a su disposición; distribuyó aquel tesoro abundantemente entre<br />

<strong>los</strong> guerreros —y sin embargo no disminuía, cualquiera que fuera la cantidad<br />

tomada.<br />

Partieron una mañana temprano. ¡Qué hombres tan valerosos llevaba<br />

Sigfrido en su compañía! Llevaban consigo buenos cabal<strong>los</strong> y magníficos<br />

vestidos: <strong>de</strong> este modo llegaron al país <strong>de</strong> Brunequilda con gran<strong>de</strong> ostentación.<br />

En él vieron muchas hermosas jóvenes <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> miradores. Así dijo la<br />

joven reina:<br />

—¿Sabe alguno quiénes son aquel<strong>los</strong> que veo a lo lejos bogar hacia aquí? Han<br />

arriado blancas velas más limpias que la nieve.<br />

—Son soldados míos —le contestó el rey <strong>de</strong>l Rhin—, que había <strong>de</strong>jado <strong>de</strong>trás

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