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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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asegurarse que nadie había obrado con tanta audacia como el guerrero Sigfrido y<br />

<strong>los</strong> hombres que lo acompañaban. Ardía en <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> partir para el país <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

Borgoñones.<br />

Teniéndolo abrazado, lloraron sobre él la reina y el rey, y consolándo<strong>los</strong> a<br />

ambos, les dijo:<br />

—No <strong>de</strong>béis llorar por mi causa, no tengáis cuidado por mi vida.<br />

Triste era aquello para <strong>los</strong> guerreros, y muchas mujeres lloraron también.<br />

Pienso que el corazón les <strong>de</strong>cía que gran número <strong>de</strong> sus amigos <strong>de</strong>bían encontrar<br />

la muerte y se lamentaban con razón; presentían la catástrofe.<br />

Al séptimo día, hacia Worms, por la arena cabalgaban <strong>los</strong> bravos: sus vestidos<br />

eran <strong>de</strong> oro rojo, <strong>los</strong> arneses primorosamente trabajados. Los cabal<strong>los</strong> avanzaban<br />

majestuosamente llevando a <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong>l intrépido Sigfrido.<br />

Nuevos eran sus escudos, fuertes y brillantes sus y elmos magníficos, cuando<br />

el atrevido Sigfrido se dirigía a la corte <strong>de</strong>l rey Gunter. Jamás héroe ninguno<br />

había llevado tan suntuoso equipo.<br />

Las puntas <strong>de</strong> las espadas rozaban con las espuelas y <strong>los</strong> caballeros escogidos<br />

llevaban agudas lanzas. Sigfrido llevaba una <strong>de</strong> doble filo y ambos cortaban <strong>de</strong><br />

una manera horrible.<br />

Llevaban las doradas riendas en la mano; las gualdrapas eran <strong>de</strong> rica seda: así<br />

penetraron en el país. <strong>El</strong> pueblo <strong>los</strong> admiraba en todas partes con la boca abierta;<br />

muchos <strong>de</strong> <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> Gunter corrieron al encuentro <strong>de</strong> el<strong>los</strong> para ver<strong>los</strong>.<br />

Aquel<strong>los</strong> valerosos guerreros avanzaron hacia <strong>los</strong> distinguidos extranjeros<br />

como era <strong>de</strong> rigor y recibieron a <strong>los</strong> huéspe<strong>de</strong>s en el país <strong>de</strong> su señor. Tomaron<br />

<strong>los</strong> escudos <strong>de</strong> sus manos y <strong>de</strong> sus diestras las riendas.<br />

Querían conducir <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> hacia el palacio, pero inmediatamente les gritó<br />

Sigfrido el atrevido:<br />

—Dejad quietos <strong>los</strong> cabal<strong>los</strong> a mí y a <strong>los</strong> míos; pronto nos alejaremos <strong>de</strong> este<br />

sitio, porque nuestras intenciones son las mejores.<br />

» <strong>El</strong> que sepa lo cierto que me responda, que me diga ¿dón<strong>de</strong> podré encontrar<br />

a Gunter, el po<strong>de</strong>roso rey <strong>de</strong> <strong>los</strong> Borgoñones?<br />

Uno <strong>de</strong> <strong>los</strong> allí presentes que sabía todo aquello, le respondió:

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