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El Cantar de los Nibelungos

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de los siglos brotan fuentes históricas de la may or importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que estudiada.

De los monumentos literarios que se perpetúan a través de
los siglos brotan fuentes históricas de la may or
importancia, allí resaltan las costumbres de la época en que
aparecieron, nos dan a conocer las formas del lenguaje que
entonces se empleaban y, como si tuvieran la limpidez del
espejo, se reflejan en ellos los sentimientos que animaran a
los héroes que en él se agitan, pues por embellecida que se
encuentre la naturaleza por el arte, es siempre la naturaleza, y
la vista deshaciendo el artificio ve sin él la ruda forma y el
duro contorno. Esta sola consideración bastaría para que a
pesar de la fatiga que produce, no se descansara en el estudio
de los antiguos poemas y entre estos hay que conceder un
señalado lugar al que abre el ciclo épico de la literatura
germánica, más nombrada que conocida, más aplaudida que
estudiada.

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Brunequilda le respondió en seguida:<br />

—Si no quieres aparecer como vasalla mía, <strong>de</strong>bes separarte con tus mujeres<br />

<strong>de</strong> mi acompañamiento cuando vay amos a la catedral.<br />

—Por mi fe —contestó Crimilda—, así se hará.<br />

—Al vestirse mis damas —or<strong>de</strong>nó luego Crimilda—, es menester que mi<br />

dignidad aparezca hoy sin <strong>de</strong>shonor; menester es que mostréis tener buenos<br />

vestidos. Así se verá obligada a <strong>de</strong>smentir lo que me ha dicho.<br />

Fácil era obe<strong>de</strong>cer semejante mandato: ellas buscaron sus más ricos vestidos.<br />

Magníficamente ataviadas aparecieron mujeres y doncellas. Avanzó con su<br />

acompañamiento la noble esposa <strong>de</strong>l príncipe; también estaba suntuosamente<br />

adornado el hermoso cuerpo <strong>de</strong> Crimilda.<br />

Cuarenta y tres vírgenes que había llevado a las orillas <strong>de</strong>l Rhin la<br />

acompañaban: llevaban ricas telas tejidas en la Arabia. De tal manera, las<br />

jóvenes se dirigieron a la catedral. Los guerreros <strong>de</strong> Sigfrido las aguardaban<br />

<strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l palacio.<br />

Las gentes manifestaban extrañeza por lo que ocurría. Veían a las dos reinas<br />

separadas caminando la una distante <strong>de</strong> la otra y no juntas como era costumbre.<br />

Después <strong>de</strong> aquello más <strong>de</strong> un guerrero experimentó inquietud y sufrió<br />

<strong>de</strong>sgracia.<br />

Delante <strong>de</strong> la catedral estaba parada la esposa <strong>de</strong>l rey Gunter. Muchos<br />

caballeros experimentaban gran placer contemplando a las hermosas mujeres.<br />

Pero mirad como se acerca la noble Crimilda con muy notable séquito.<br />

Cuanto en traje pudo llevar la hija <strong>de</strong> un noble caballero, era un soplo si se<br />

compara con <strong>los</strong> que llevaban las <strong>de</strong> su acompañamiento. <strong>El</strong>la también llevaba<br />

sobre sí tantas riquezas que treinta esposas <strong>de</strong> reyes no hubieran podido<br />

ostentarlas.<br />

Aunque <strong>de</strong> intento se hubiera querido, no se habría podido <strong>de</strong>cir que se habían<br />

llevado trajes tan ricos como aquel<strong>los</strong> que llevaban. Sin el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> mortificar a<br />

Brunequilda, no le habría dado tanta importancia Crimilda.<br />

Llegaron juntas ante la catedral: la señora <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong>l rey, movida por<br />

furiosa cólera, mandó a Crimilda que se <strong>de</strong>tuviera.<br />

—Ante la esposa <strong>de</strong> un vasallo no se <strong>de</strong>be poner la mujer <strong>de</strong> un vasallo.<br />

Así le contestó la hermosa Crimilda, animada por el furor.<br />

—Mejor fuera para ti haberte callado. Tú has <strong>de</strong>shonrado tu hermoso cuerpo:<br />

¿cómo la concubina <strong>de</strong> un hombre pue<strong>de</strong> llegar a ser la esposa <strong>de</strong> un rey ?<br />

—¿A quién has llamado concubina? —preguntó la esposa <strong>de</strong>l rey.<br />

—A ti —respondió Crimilda—. Tu hermoso cuerpo lo ha poseído primero mi<br />

Sigfrido, mi amado esposo: no es mi hermano quien te ha hallado virgen.<br />

» ¿Dón<strong>de</strong> estaba tu espíritu? ¿Es por criminal capricho por lo que te <strong>de</strong>jabas<br />

poseer <strong>de</strong>l que era tu vasallo? Con razón —siguió Crimilda— te quieres quejar <strong>de</strong><br />

lo que digo.

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