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ha vivido? Le es imposible, y, en el caso de Mishima, lo que pudo explicar
fue puramente intelectual. Mishima sólo pudo mostrar las consecuencias
de los hechos, pero tanto éstos como las emociones que llevaban
aparejadas permanecieron ocultos a su conciencia. Las consecuencias
afloraron en perversas y enfermizas fantasías, en un deseo de muerte
abstracto, por decirlo así, ya que los sentimientos concretos del niño, que
durante muchos años estuvo encerrado en la habitación de su abuela,
permanecieron inaccesibles para el adulto.
Las relaciones fundamentadas en una comunicación enmascarada no
pueden cambiar, seguirán siendo lo que siempre han sido: comunicaciones
defectuosas. Solamente será posible una auténtica relación cuando las dos
partes consigan admitir los sentimientos, vivirlos y comunicarlos sin
miedo. Es bonito cuando esto sucede, pero ocurre pocas veces, porque el
miedo de ambas partes a la pérdida de las apariencias y de la máscara con
las que ya están familiarizadas impide el intercambio sincero.
Entonces, ¿por qué este intercambio tiene que buscarse precisamente
en los padres ancianos? En realidad, ya no son nuestros interlocutores; la
historia con ellos de momento ha terminado, tenemos hijos y la
posibilidad de dialogar con nuestros cónyuges. La paz que muchas
personas desean no viene de fuera. Muchos terapeutas creen que esa paz se
puede encontrar mediante el perdón, pero los hechos han refutado una y
otra vez esta idea. Como es bien sabido, todos los sacerdotes rezan cada
día el padrenuestro, rezan por lo tanto para que se les perdonen sus
pecados, y añaden: «Como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden…», pero eso no impide que algunos, obedeciendo a su pulsión a la
repetición, violen a niños y a jóvenes, y cometan crímenes. Así protegen
también a sus padres, y no se dan cuenta de lo que éstos les hicieron a
ellos. De ahí que, en este caso, predicar el perdón no sólo sea hipócrita e
inútil, sino también peligroso. Encubre la compulsión a la repetición.
Lo que nos protege de la repetición es únicamente la aceptación de
nuestra verdad, de toda la verdad, en todos sus aspectos. Cuando sepamos
con la mayor exactitud posible lo que nuestros padres nos hicieron, ya no
correremos el peligro de repetir sus abusos; de lo contrario, los
cometeremos de manera automática y opondremos la mayor de las