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desgracia se ha transmitido sin querer a la siguiente generación. Esta
trágica constatación sólo será posible cuando dejemos de poner en la
balanza los aspectos buenos y malos de los padres que nos maltrataron,
porque al hacerlo caemos de nuevo en la compasión, en la negación de la
crueldad, mientras creemos que, simplemente, analizamos más
detalladamente las cosas. En mi opinión, ese esfuerzo es semejante al que
hizo ya en la infancia, y creo que el adulto debería evitar hacer este
balance, porque arroja confusión y obstaculiza la propia vida.
Evidentemente, aquellos que en su infancia no recibieron palizas ni
soportaron la violencia sexual no necesitan hacer este trabajo, pueden
disfrutar con sus padres de sus buenos sentimientos y llamarlos amor sin
reservas, y no necesitan negarlos. Esta carga sólo afecta a las personas que
en el pasado fueron maltratadas, sobre todo cuando no están dispuestas a
pagar el autoengaño con enfermedades. Es una norma que he
experimentado casi a diario.
Por ejemplo, una mujer escribe en el foro diciendo que ha leído en
Internet que uno no puede ayudarse a sí mismo de verdad si deja de ver a
los padres; que entonces se sentiría acosado por ellos. Y que eso es
precisamente lo que le pasa ahora a ella. Desde que ya no va a visitar a sus
padres, piensa en ellos día y noche, y vive constantemente atemorizada.
Esto tiene una clara explicación: siente pánico, porque los pretendidos
expertos de Internet no han hecho sino aumentar más aún su miedo a sus
padres. La moral así predicada dice que las personas no tienen ningún
derecho a tener una vida propia, sentimientos y necesidades. Es probable
que en Internet apenas se encuentre algo distinto a esto, porque esas ideas
no reflejan otra cosa que la mentalidad que conservamos desde hace miles
de años: honra a tus padres para poder vivir más tiempo.
En la primera parte de este libro, las biografías de varios escritores han
demostrado que esto no siempre es cierto, sobre todo en los casos de
personas que fueron niños muy sensibles e inteligentes. Sin embargo, una
vida larga tampoco justifica la amenaza contenida en el cuarto
mandamiento. Todo lo contrario: se trata de la calidad de vida. Se trata de
que padres y abuelos tomen conciencia de su responsabilidad y no honren
a sus antepasados a costa de sus hijos y nietos, con los que cometen