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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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ira. A pesar de ello, existe toda una serie de reglas y técnicas

«terapéuticas» para manipular las emociones. Nos dicen, con la mayor

seriedad, cómo se puede eliminar la tristeza y provocar la alegría.

Personas con graves síntomas corporales se dejan asesorar en las clínicas,

con la esperanza de liberarse así del resentimiento hacia sus padres.

Es posible que les funcione durante algún tiempo y les proporcione

cierto alivio, porque logran la aprobación de sus terapeutas. Estas personas

se sentirán entonces como un niño bueno que se doblega a los métodos

educativos de su madre, se sentirán aceptadas y queridas. No obstante, sus

cuerpos, al no prestárseles ninguna atención, con el tiempo sufrirán una

recaída.

Problemas similares tienen los terapeutas al tratar los síntomas de niños

hiperactivos. ¿Cómo va a integrarse a estos niños en sus familias si se

tiene en cuenta, por ejemplo, que su sufrimiento está determinado por la

genética o es una grave travesura que hay que erradicar? ¿Y todo esto para

seguir ocultando sus verdaderas causas? Pero si estamos dispuestos a

considerar que estas emociones tienen un origen real, que son reacciones a

la falta de atención, a los malos tratos o, entre otras cosas, a la carencia de

una comunicación «nutricia», ya no veremos a niños que retozan sin

sentido, sino a niños que sufren sin que se les deje saber por qué. Cuando

se nos permita saber, podremos ayudarnos a nosotros mismos y a ellos. Tal

vez lo que temamos (nosotros y ellos) no sea tanto las emociones, el dolor,

el miedo y la ira como saber lo que nuestros padres hicieron realmente con

nosotros.

La obligación (moral) que defienden la mayoría de los terapeutas de no

culpar a los padres bajo ningún concepto conduce a una ignorancia

voluntaria con respecto a las causas de una enfermedad, y en consecuencia

también con respecto a las posibilidades de tratamiento de la misma. Los

actuales investigadores del cerebro saben desde hace unos cuantos años

que la carencia de un lazo apropiado y seguro con la madre desde los

primeros meses de vida hasta los tres años deja huellas decisivas en el

cerebro y ocasiona serios trastornos. Se tardaría mucho en extender este

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