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ira. A pesar de ello, existe toda una serie de reglas y técnicas
«terapéuticas» para manipular las emociones. Nos dicen, con la mayor
seriedad, cómo se puede eliminar la tristeza y provocar la alegría.
Personas con graves síntomas corporales se dejan asesorar en las clínicas,
con la esperanza de liberarse así del resentimiento hacia sus padres.
Es posible que les funcione durante algún tiempo y les proporcione
cierto alivio, porque logran la aprobación de sus terapeutas. Estas personas
se sentirán entonces como un niño bueno que se doblega a los métodos
educativos de su madre, se sentirán aceptadas y queridas. No obstante, sus
cuerpos, al no prestárseles ninguna atención, con el tiempo sufrirán una
recaída.
Problemas similares tienen los terapeutas al tratar los síntomas de niños
hiperactivos. ¿Cómo va a integrarse a estos niños en sus familias si se
tiene en cuenta, por ejemplo, que su sufrimiento está determinado por la
genética o es una grave travesura que hay que erradicar? ¿Y todo esto para
seguir ocultando sus verdaderas causas? Pero si estamos dispuestos a
considerar que estas emociones tienen un origen real, que son reacciones a
la falta de atención, a los malos tratos o, entre otras cosas, a la carencia de
una comunicación «nutricia», ya no veremos a niños que retozan sin
sentido, sino a niños que sufren sin que se les deje saber por qué. Cuando
se nos permita saber, podremos ayudarnos a nosotros mismos y a ellos. Tal
vez lo que temamos (nosotros y ellos) no sea tanto las emociones, el dolor,
el miedo y la ira como saber lo que nuestros padres hicieron realmente con
nosotros.
La obligación (moral) que defienden la mayoría de los terapeutas de no
culpar a los padres bajo ningún concepto conduce a una ignorancia
voluntaria con respecto a las causas de una enfermedad, y en consecuencia
también con respecto a las posibilidades de tratamiento de la misma. Los
actuales investigadores del cerebro saben desde hace unos cuantos años
que la carencia de un lazo apropiado y seguro con la madre desde los
primeros meses de vida hasta los tres años deja huellas decisivas en el
cerebro y ocasiona serios trastornos. Se tardaría mucho en extender este