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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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En esta descripción de su amor por su madre se refleja la trágica

dependencia y apego de Proust con respecto a ella, apego que no le

permitió liberarse ni le dio margen para oponerse abiertamente al

constante control. Esta necesidad se tradujo en asma: «¡Respiro tanto aire

que no puedo expulsar!; todo lo que ella me da debe de ser bueno para mí,

aunque me ahogue».

Una ojeada a su infancia esclarece los orígenes de esta tragedia, nos

aclara por qué Proust estuvo tan profundamente apegado a su madre

durante tanto tiempo, sin poder librarse de ella, pese a los sufrimientos

que, sin duda, eso conllevaba.

Los padres de Proust se casaron el 3 de septiembre de 1870, y el 10 de

julio de 1871 nació su primer hijo, Marcel, en una noche de gran

desasosiego en Auteuil, donde la población acusaba todavía la impresión

que había producido la invasión prusiana. Es fácil imaginar que su madre

no pudiera dejar a un lado el nerviosismo que reinaba en el ambiente para

volcar sus emociones y su cariño en el recién nacido. Asimismo, el cuerpo

del bebé debió de percibir, lógicamente, la inquietud, dudando de si su

llegada era de veras deseada. En esta situación, el niño necesitaba más

tranquilidad de la que a todas luces obtuvo. En ciertos casos, semejante

carencia provoca en el bebé angustias mortales que más tarde inciden

gravemente en su infancia. Bien pudo ser esto lo que le pasara a Marcel.

A lo largo de toda su infancia no pudo conciliar el sueño sin el beso de

buenas noches de su madre, necesidad que se fue acrecentando a medida

que sus padres y el entorno la consideraban una «mala costumbre». Como

cualquier niño, Marcel quería creer a toda costa en el amor de su madre,

pero de alguna manera parece que no pudo desprenderse del recuerdo de su

cuerpo, que le traía a la memoria la mezcla de sentimientos de su madre

muy poco después de su nacimiento. El beso de buenas noches disipaba

esta primera percepción corporal, pero a la noche siguiente surgían de

nuevo las dudas. Era especialmente el goteo de invitados en el salón lo que

pudo haber despertado en el niño la sensación de que los hombres y las

mujeres de la alta burguesía eran para su madre más importantes que él.

¡Qué insignificante era en comparación con ellos! Así pues, echado en la

cama, esperaba un gesto de cariño, el gesto que hubiese deseado; sin

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