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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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1. Las viejas heridas sólo podrán cicatrizar cuando la antigua víctima haya decidido

cambiar, cuando quiera respetarse a sí misma, renunciando así a las numerosas

expectativas infantiles.

2. Mediante la comprensión y el perdón del niño cuando ya es adulto, los padres no

cambian automáticamente; sólo ellos pueden cambiarse a sí mismos, si quieren.

3. Mientras se niegue el dolor originado por las heridas, alguien, la antigua víctima o

sus hijos, pagará el precio con su salud.

Un niño que ha sido maltratado, al que nunca se le ha permitido crecer,

intentará a lo largo de toda su vida corresponder a «los aspectos positivos»

de sus verdugos, y a ellos subordinará sus expectativas. Por este motivo

Elisabeth adoptó durante muchos años la siguiente actitud: «A veces mi

madre me leía cuentos y era bonito. A veces me confiaba cosas y me

contaba sus problemas. Entonces me sentía como elegida. En esos

momentos nunca me pegaba y yo me sentía fuera de peligro». Semejantes

relatos me recuerdan la descripción de Imre Kertész de su llegada a

Auschwitz. A todo le encontró un lado positivo para ahuyentar el miedo y

sobrevivir. Pero Auschwitz seguía siendo inexorablemente Auschwitz; y

pasaron varias décadas antes de que pudiera medir y sentir cómo ese

sistema, en extremo humillante, había marcado su alma.

Con esta alusión a Kertész y a su experiencia en un campo de

concentración no quiero decir que uno no deba perdonar a sus padres si

éstos reconocen sus errores y se disculpan por ellos. Es algo que puede

suceder si se atreven a sentir y llegan a entender el dolor que han infligido

a sus hijos, aunque lo cierto es que ocurre pocas veces; en cambio, es

mucho más común una perpetuación de la dependencia, a menudo

invertida, cuando son los propios padres, viejos y debilitados, los que

buscan un apoyo en sus hijos adultos y se sirven del eficaz método de la

inculpación para mover a compasión. Es esta compasión la que

posiblemente impidiera el desarrollo del niño, su conversión en adulto

desde el principio, y aún ahora lo impide. El niño tuvo siempre miedo a

sus propias necesidades vitales, a una vida que sus padres no querían.

La reprimida, pero correcta, percepción que un niño no deseado tiene

almacenada en el cuerpo: «Me quieren matar, estoy en peligro de muerte»,

puede desaparecer en la edad adulta cuando la percepción sea consciente.

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