You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
1. Las viejas heridas sólo podrán cicatrizar cuando la antigua víctima haya decidido
cambiar, cuando quiera respetarse a sí misma, renunciando así a las numerosas
expectativas infantiles.
2. Mediante la comprensión y el perdón del niño cuando ya es adulto, los padres no
cambian automáticamente; sólo ellos pueden cambiarse a sí mismos, si quieren.
3. Mientras se niegue el dolor originado por las heridas, alguien, la antigua víctima o
sus hijos, pagará el precio con su salud.
Un niño que ha sido maltratado, al que nunca se le ha permitido crecer,
intentará a lo largo de toda su vida corresponder a «los aspectos positivos»
de sus verdugos, y a ellos subordinará sus expectativas. Por este motivo
Elisabeth adoptó durante muchos años la siguiente actitud: «A veces mi
madre me leía cuentos y era bonito. A veces me confiaba cosas y me
contaba sus problemas. Entonces me sentía como elegida. En esos
momentos nunca me pegaba y yo me sentía fuera de peligro». Semejantes
relatos me recuerdan la descripción de Imre Kertész de su llegada a
Auschwitz. A todo le encontró un lado positivo para ahuyentar el miedo y
sobrevivir. Pero Auschwitz seguía siendo inexorablemente Auschwitz; y
pasaron varias décadas antes de que pudiera medir y sentir cómo ese
sistema, en extremo humillante, había marcado su alma.
Con esta alusión a Kertész y a su experiencia en un campo de
concentración no quiero decir que uno no deba perdonar a sus padres si
éstos reconocen sus errores y se disculpan por ellos. Es algo que puede
suceder si se atreven a sentir y llegan a entender el dolor que han infligido
a sus hijos, aunque lo cierto es que ocurre pocas veces; en cambio, es
mucho más común una perpetuación de la dependencia, a menudo
invertida, cuando son los propios padres, viejos y debilitados, los que
buscan un apoyo en sus hijos adultos y se sirven del eficaz método de la
inculpación para mover a compasión. Es esta compasión la que
posiblemente impidiera el desarrollo del niño, su conversión en adulto
desde el principio, y aún ahora lo impide. El niño tuvo siempre miedo a
sus propias necesidades vitales, a una vida que sus padres no querían.
La reprimida, pero correcta, percepción que un niño no deseado tiene
almacenada en el cuerpo: «Me quieren matar, estoy en peligro de muerte»,
puede desaparecer en la edad adulta cuando la percepción sea consciente.