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Sin duda, Schiller es, no obstante, una excepción, por cuanto en todas
sus obras, desde Los bandidos hasta Guillermo Tell, luchó incesantemente
contra el ejercicio del poder ciego por parte de las autoridades y, a través
de su sublime lenguaje, dejó que brotara en muchas personas la esperanza
de que esta batalla algún día pudiera ganarse. Pero lo que Schiller ignoraba
era que la protesta contra las órdenes absurdas de la autoridad, que aparece
en todas sus obras, se nutría de las más tempranas experiencias de su
cuerpo. Su sufrimiento a manos de la abstrusa y angustiosa tiranía ejercida
por su padre lo impulsó a escribir, pero no fue consciente de esta
motivación. Él quería escribir una literatura bella y sublime. Quería contar
la verdad a través de las figuras históricas, y lo consiguió de forma
prominente. Pero nunca salió a la luz la verdad completa acerca de lo que
sufrió por culpa de su padre, verdad que permaneció oculta hasta su
temprano fallecimiento. Fue un misterio para él y lo ha sido para la
sociedad, que lo ha admirado desde hace siglos y lo ha considerado un
modelo, porque, en sus obras, luchó por la verdad y la libertad. Pero sólo
por la verdad aceptada por la sociedad. Si alguien le hubiera dicho: «No
tienes que honrar a tu padre. Las personas que te han hecho daño no
necesitan ni tu amor ni tu respeto, aunque sean tus padres. Has pagado el
tributo de este respeto con el tremendo suplicio de tu cuerpo. Si dejas de
someterte al cuarto mandamiento, podrás liberarte», ¿se habría asustado el
valiente Friedrich von Schiller? ¿Qué habría dicho?