You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
padres, a los que ahora podía privar de mi amor. Me he dado cuenta de que este amor
no era otra cosa que mi ansia nunca satisfecha de ser amado. Tuve que renunciar a ella.
De pronto ya no necesité comer tanto como antes, estaba menos cansado, volví a
disponer de mi energía y eso se reflejó también en mi trabajo. Con el tiempo también
mi ira contra mis padres ha disminuido, porque ahora me proporciono a mí mismo
aquello que necesito y ya no espero que ellos me lo den. Ya no me obligo a quererlos
(¿para qué hacerlo?); ya no tengo miedo de sentirme culpable cuando se mueran, como
vaticinó mi hermana. Supongo que sus muertes supondrán un alivio para mí, porque
entonces desaparecerá la compulsión a la hipocresía; aunque ya estoy intentando
deshacerme de ella.
»Mis padres me han dicho, a través de mi hermana, que la frialdad de mis cartas les
ha hecho sufrir, porque éstas carecen del cariño que yo mostraba en el pasado.
Querrían que siguiera siendo como antes. Pero no puedo ser como antes, ni quiero
serlo. Ya no quiero desempeñar el papel que me han obligado a interpretar en su
función. Tras una larga búsqueda, he dado con un terapeuta que me ha hecho buena
impresión y con el que quisiera hablar como lo hice con usted, con franqueza, sin ser
indulgente con mis padres, sin disimular la verdad, sin disimular mi verdad; y sobre
todo estoy contento de haber podido tomar la decisión de abandonar esa casa que
durante tanto tiempo me ha mantenido ligado a esperanzas irrealizables».
En cierta ocasión empecé un debate sobre el cuarto mandamiento con
la pregunta de en qué consistía realmente el amor a unos padres que en el
pasado habían sido maltratadores. Las respuestas no se hicieron esperar,
no hizo falta mucha reflexión. Se habló de diversos sentimientos: de la
compasión por la gente mayor y a menudo enferma, del agradecimiento
por la vida y por los días buenos en los que a uno no le habían pegado, del
miedo a convertirse en una mala persona, del convencimiento de que hay
que perdonar los actos de los padres para poder crecer. Se entabló una
acalorada discusión en la que algunos cuestionaron estas opiniones. Una
de las participantes, llamada Ruth, me dijo con inusitada seguridad:
«Mi propia vida es una demostración de que el cuarto mandamiento no es cierto,
porque desde que me he liberado de las pretensiones de mis padres, desde que ya no
cumplo sus expectativas, tanto las manifiestas como las que no lo son, me siento más
sana que nunca. Los síntomas de mis enfermedades han desaparecido, mis hijos ya no
me irritan, y hoy creo que todo esto ocurrió porque quise someterme a un mandamiento
que no era bueno para mi cuerpo».
A la pregunta de por qué este mandamiento ejerce entonces tanto poder
sobre nosotros, Ruth opinó que era porque se asentaba en el miedo y en los