29.07.2020 Views

El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

capa de sudor frío cubría mi piel. Temía perder mi vuelo. Se me hacía insoportable tener

que esperar una hora y media más para volver a pincharme. Cada noventa segundos

miraba el reloj.

»La drogodependencia convierte el tiempo en tu enemigo. Esperas. Siempre, en una

interminable cadena repetitiva, una y otra vez. Esperas a que pase el dolor, esperas a tu

camello, a volver a tener dinero, a tener una plaza para desintoxicarte o simplemente a

que, por fin, acabe el día. A que, por fin, todo acabe. Tras cada pinchazo, el reloj

vuelve a ponerse en marcha, imparable, en tu contra.

»Quizá sea esto lo más engañoso de la adicción: que todo y todos se convierten en

tus enemigos. El tiempo, tu cuerpo, que sólo llama la atención mediante odiosas

necesidades, los amigos y la familia, de cuya preocupación no puedes olvidarte, un

mundo que no hace más que plantearte exigencias que sientes que no puedes afrontar.

Nada estructura tanto la vida como la adicción. No deja lugar para las dudas ni para las

decisiones. La felicidad depende de la droga disponible. La adicción regula el mundo.

»Esa tarde estaba a sólo unos cientos de kilómetros de distancia de casa, pero tenía

la sensación de que aquello era el fin del mundo. Mi casa, era ahí donde me esperaba la

droga. No haber perdido el vuelo apaciguaría mi inquietud sólo por poco tiempo. El

despegue se había retrasado, volvía a sentir miedo. Habría podido llorar cada vez que

abría los ojos y veía que el avión seguía en la pista de despegue. El mono se extendía

lentamente por mis extremidades y me quemaba los huesos. Un dolor desgarrador

invadía mis brazos y mis piernas, como si los músculos y los tendones fueran

demasiado cortos».

Las emociones desterradas consiguen abrirse paso de nuevo y atacar al

cuerpo.

«En casa me esperaba Monika. Esa tarde había estado con nuestro camello, un

chico negro, y le había comprado heroína y cocaína. Yo le había dado el dinero

necesario antes de irme de viaje. Era nuestro trato: yo ganaba el dinero y ella salía a

buscar la droga.

»Yo odiaba a todos los yonquis, quería relacionarme lo menos posible con ese

mundo. Y en el trabajo reducía al correo electrónico y al fax mis contactos (si los había)

con los redactores, y sólo usaba el teléfono cuando el mensaje del contestador

automático no admitía demora. Con mis amigos hacía mucho tiempo que no hablaba;

de todas formas, no tenía nada que decirles.

»Cuántas horas me había pasado sentado en el baño durante las últimas semanas

intentando encontrar una vena que aún no estuviera completamente destrozada. La

cocaína corroe sobre todo las venas, y los innumerables pinchazos con jeringuillas sin

esterilizar hacen el resto. Mi cuarto de baño parecía una carnicería, con regueros de

sangre en el lavabo y en el suelo, y las paredes y el techo con salpicaduras.

»Ese día me había librado más o menos de los síntomas de abstinencia fumándome

por de pronto alrededor de un gramo de heroína; los polvos marrones se evaporan

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!