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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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madre no tenga miedo de que yo adelgace. Quiero que comer sea un placer para mí.

Pero el modo en que me trata me quita la alegría. Al igual que me quita otras alegrías de

manera sistemática. Si quiero quedar con Monika, me dice que Monika está influida por

su adicción a las drogas. Si hablo con Klaus por teléfono, me dice que ahora sólo

piensa en chicas y que no se fía de él. Si hablo con tía Anna, noto que se pone celosa

porque en casa de tía Anna soy más abierta que con ella. Me da la impresión de que

tengo que regular y limitar mi vida para que mi madre no alucine, para que ella esté

bien y para que yo, al fin, deje de existir. ¿Qué sería eso sino una anorexia anímica?

Adelgazar psíquicamente hasta que no quede nada de ti misma, para que tu madre se

calme y no tenga miedo.

»20 de enero de 1998

»Ya he alquilado una habitación. Aún me sorprende que mis padres me hayan

dejado hacerlo. Se opusieron, pero con ayuda de tía Anna lo han aceptado. Al principio

era muy feliz porque por fin tenía tranquilidad, porque mamá no estaba todo el rato

controlándome y podía organizarme los días yo sola. Me sentía realmente feliz, pero no

duró mucho. De repente no soportaba la soledad, y la indiferencia de la dueña de la

casa se me hacía más difícil de aguantar que la tutela constante de mamá. Llevaba

mucho tiempo anhelando la libertad, y ahora que la tenía me daba miedo. A la señora

Kort, la dueña de la casa, le da igual que yo coma o no, le da igual qué como y cuándo

lo como, y yo casi no podía soportar que eso pareciera traerle sin cuidado. No paraba

de reprocharme a mí misma: ¿qué es lo que quieres en realidad? Ni tú misma lo sabes.

Cuando alguien se interesa por tu relación con la comida no eres feliz, y cuando le da

igual lo echas en falta. Es difícil contentarte, porque ni tú misma sabes lo que quieres.

»Después de estar media hora hablando así conmigo misma recordé de pronto las

voces de mis padres, que aún retumbaban en mis oídos. ¿Tenían razón?, ¿debía

plantearme si es cierto que no sé lo que quiero? Aquí, en esta habitación vacía, donde,

sin que nadie me molestara, podía decir lo que de verdad deseaba con ansia, donde

nadie me interrumpe, me critica ni me confunde, quería tratar de averiguar lo que

realmente quiero y necesito. Pero al principio no encontré las palabras. Se me había

hecho un nudo en la garganta, notaba que se me saltaban las lágrimas y sólo pude

llorar. Sólo después de haber llorado un rato la respuesta vino por sí sola: sólo quiero

que me escuchéis, que me toméis en serio, que paréis de darme siempre consejos, de

criticarme y de censurarme. Me gustaría sentirme a vuestro lado tan libre como me

sentía con Nina. Ella nunca me dijo que no sabía lo que quería. Y, además, en su

presencia yo sí que lo sabía. Pero vuestra forma de aconsejarme me intimida, bloquea

mis conocimientos. Entonces ya no sé cómo tengo que hablar ni cómo tengo que ser

para que estéis contentos conmigo, para que podáis quererme. Pese a todo, si me

salieran bien todos estos malabarismos, ¿sería amor lo que obtendría?

»14 de febrero de 1998

»Cuando veo en la tele a padres que no se cohíben y gritan de felicidad porque su

hijo ha ganado una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, me recorre un escalofrío y

pienso: ¿a quién han estado queriendo durante estos veinte años? ¿Al chico que ha

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