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embargo, lo que una y otra vez recibió de su madre fue su preocupación
por su buen comportamiento, por su conformismo y su «normalidad».
Más tarde, ya adulto, Marcel se decidió a explorar el mundo que el
amor materno le había robado. Al principio lo hizo de forma activa, como
dandi de salón, y luego, tras la muerte de su madre, por medio de la
fantasía, describiendo ese mundo con asombrosa pasión, precisión y
sensibilidad. Es como si hubiese emprendido un largo viaje para, al fin,
obtener la respuesta a la pregunta: «Mamá, ¿por qué toda esta gente es
más interesante que yo? ¿Acaso no te das cuenta de lo vanidosos y
excéntricos que son? ¿Por qué mi vida, mis ansias de tenerte y mi amor
significan tan poco para ti? ¿Por qué me consideras una carga?». De haber
podido vivir sus emociones conscientemente, tal vez el niño hubiese
pensado esto, pero Marcel quería ser bueno y no causar problemas; de
modo que se introdujo en el mundo de su madre, y este mundo empezó a
fascinarle; podía darle en su obra la forma que quisiera, como cualquier
otro artista, y podía criticarlo con entera libertad. Y todo lo hacía desde la
cama. Desde ella realizaba sus viajes imaginarios, como si la cama
pudiese protegerlo de las consecuencias del acto gigantesco de
desenmascararse, del castigo temido.
Un escritor puede hacer que los personajes de sus novelas exterioricen
aquellos sentimientos auténticos que en la vida real jamás articularía en
presencia de sus padres. En JJean Santeuil, su novela juvenil,
marcadamente autobiográfica, publicada póstumamente (que Claude
Mauriac, entre otros, utiliza en su biografía para documentar la juventud
del autor), Proust manifiesta su necesidad de forma todavía más directa,
dando a entender que había percibido la negación de sus padres. En esa
novela Proust habla de «grandes posibilidades de ser un desgraciado [… ]
por la naturaleza de este hijo, por su estado de salud, su carácter propenso
a la tristeza, su costumbre de despilfarrar, su indolencia, su incapacidad de
hacerse un hueco en la vida», así como del «desperdicio de sus dotes
intelectuales» (Proust 1992, pág. 1051).
También en JJean Santeuil muestra su oposición a su madre, pero
siempre lo hace a través de su protagonista, Jean: