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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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encarna a la perfección el poder del adulto sobre el niño, algo que reflejan

inequívocamente todas las religiones.

En el presente libro expreso la esperanza de que, mediante el aumento

del conocimiento psicológico, el poder del cuarto mandamiento pueda

reducirse en favor del cuidado de las necesidades biológicas vitales del

cuerpo; entre otras, las necesidades de verdad, de lealtad a uno mismo, a

sus percepciones, sentimientos y conocimientos. Cuando en una

comunicación auténtica se aspira a una exteriorización pura, uno se

desprende de todo aquello que se basa en la mentira y la hipocresía.

Entonces ya no se puede pretender una relación en la que uno finja

albergar sentimientos que no posee o reprima otros que claramente siente.

El amor que excluye la sinceridad no puede llamarse amor.

Estas ideas pueden resumirse en los siguientes puntos:

1. El «amor» que siente el niño maltratado hacia sus padres no es amor. Es un

vínculo cargado de expectativas, ilusiones y negaciones que exige un alto precio a todos

los implicados.

2. El precio de este vínculo lo pagan en primer lugar los propios niños, que crecieron

con el espíritu de la mentira, porque de manera automática se les infligió aquello que,

supuestamente, a uno le «fue beneficioso». Tampoco es raro que esta persona en

cuestión pague su negación con problemas de salud, ya que su «gratitud» se opone a la

sabiduría de su cuerpo.

3. El fracaso de muchas terapias se explica por el hecho de que muchos terapeutas

han caído en la trampa de la moral tradicional e intentan también arrastrar a sus pacientes

a la misma, porque no conocen otra cosa. Por ejemplo, en cuanto la paciente empiece a

sentir y sea capaz de condenar con claridad los actos de su padre incestuoso, es probable

que crezca en la terapeuta el miedo al castigo de sus propios padres si, a su vez, ve su

verdad. ¿Cómo se entiende, si no, que se ofrezca el perdón como medio de curación?

Los terapeutas suelen ofrecerlo para tranquilizarse a sí mismos, como también hicieron

sus padres. Sin embargo, dado que los mensajes del terapeuta suenan muy parecidos a

los de los padres del pasado —aunque a menudo se expresen con mucha más amabilidad

—, el paciente necesita largo tiempo para descubrir la pedagogía venenosa. Cuando por

fin la reconoce, no puede dejar al terapeuta, porque entretanto ya se ha desarrollado un

nuevo vínculo tóxico. Para él el terapeuta es ahora la madre que le ayudó a nacer, porque

es con éste con quien ha empezado a sentir. De modo que sigue esperando que el

terapeuta lo salve en lugar de escuchar a su cuerpo, que le está ofreciendo ayuda

mediante señales.

4. Sin embargo, si el paciente tiene la suerte de ser asistido por un testigo con

empatía, podrá vivir y entender su miedo a los padres (o figuras paternas) y, poco a

poco, romper los vínculos destructivos. La reacción positiva del cuerpo no se hará

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