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Introducción
Los destinos de los escritores que he abordado en la primera parte de esta
obra pertenecen a siglos ya pretéritos. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
La verdad es que no mucho, salvo el hecho de que en la actualidad algunas
de las antiguas víctimas de malos tratos infantiles buscan terapias para
liberarse de las consecuencias de esos malos tratos. Pero, al igual que
ellas, sus terapeutas temen a menudo conocer la verdad de la infancia; de
ahí que la liberación se logre en muy pocos casos. A lo sumo, a corto plazo
se produce una mejoría de los síntomas si se le posibilita al paciente vivir
sus emociones; podrá sentirlas, expresarlas en presencia de otro, algo que
antes nunca le estuvo permitido. Pero si el terapeuta cree en algún dios
(las figuras de los padres), sea Yahvé, Alá, Jesús, el Partido Comunista,
Freud, Jung, etcétera, difícilmente podrá ayudar al paciente en su camino
hacia la autonomía. La moral del cuarto mandamiento con frecuencia
retiene a ambos en su destierro, y el cuerpo del paciente es el que paga el
precio de este sacrificio.
Si hoy afirmo que este sacrificio no es necesario, y que es posible
liberarse del dictado de la moral y del cuarto mandamiento sin tener que
castigarse por ello y sin perjudicar a otros, podrían reprocharme por mi
ingenuo optimismo. Porque ¿cómo voy a demostrarle a alguien que puede
librarse de las obligaciones con las que ha cumplido durante toda su vida,
las cuales necesitó en el pasado para sobrevivir y sin las que ya no se
imagina la vida? Reconozco que, si digo que he conseguido esta libertad
gracias a que pude descifrar mi historia, no soy un buen ejemplo, pues he
tardado más de cuarenta años en llegar al punto en el que estoy ahora. Pero
hay otros casos. Conozco a personas que en mucho menos tiempo han
conseguido desenterrar sus recuerdos y, gracias al descubrimiento de su