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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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trabajando, Judith se percató de lo agradecido que estaba su cuerpo desde

que ya no se obligaba a tener relaciones de esa índole. De pequeña careció

de esa opción, tuvo que vivir con una madre que había sido testigo de su

sufrimiento con indiferencia y que con sus normas había refutado todos

los comentarios de la niña. Judith no conoció otra cosa que el rechazo cada

vez que decía alguna verdad propia que se salía de lo establecido. Y para

un niño ese rechazo es como la pérdida de la madre, de ahí que sea

equiparable al peligro de muerte. El miedo a este peligro no pudo ser

superado en la primera terapia, porque las exigencias morales de la

terapeuta de Judith alimentaban continuadamente esta sensación. Son

influencias muy sutiles que en la mayoría de los casos nos pasan

inadvertidas debido a que están en absoluta concordancia con los valores

tradicionales con los que hemos crecido. En general, se daba y se da por

sentado que todos los padres tienen derecho a que se les honre, aun cuando

hayan actuado de manera destructiva con sus hijos. Pero tan pronto como

uno decida abandonar esta escala de valores, le resultará de lo más

grotesco escuchar que una mujer adulta debe honrar a unos padres que la

maltrataron de forma brutal o que presenciaron los malos tratos sin decir

nada.

Y, sin embargo, consideramos que este absurdo es normal. Es

asombroso que incluso terapeutas y autores universalmente reconocidos

no hayan podido aún desprenderse de la idea de que perdonar a los padres

es la coronación de una terapia exitosa. Aunque en la actualidad esta

convicción se defiende con menor seguridad que hace algunos años, como

era el caso, las expectativas a ella vinculadas son incalculables y contienen

el mensaje: «Pobre de ti si no cumples el cuarto mandamiento». Es cierto

que dichos autores suelen creer que no hay que darse prisa y perdonar al

comienzo de la terapia, sino que primero hay que aceptar las emociones

fuertes, pero la mayoría coincide en que algún día uno tiene que haber

logrado la madurez adecuada. Estos expertos dan por sentado que es bueno

e importante que, al final, uno pueda perdonar a los padres de todo

corazón. A mi juicio, esta opinión desorienta, porque nuestro cuerpo no

consta sólo de corazón, y nuestro cerebro no es sólo un contenedor al que

en la clase de religión se le meten estos disparates y contradicciones con

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