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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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sentimientos. Es más, cuando uno, al fin, corre el peligro de perder por

completo el acceso a sí mismo, de no funcionar más que con la máscara,

con una personalidad falsa, recurre a veces a las abundantes drogas,

alcohol y medicamentos que, precisamente con todo el dinero que ha

ganado ironizando, tiene a su alcance. El alcohol ayuda a estar de buen

humor, y las drogas, aún más fuertes, lo logran con mayor eficacia. Pero

como estas emociones no son auténticas, como no están ligadas a la

verdadera historia del cuerpo, su acción es, a la fuerza, transitoria.

Siempre se necesitarán dosis más altas para llenar el hueco dejado por la

infancia.

En un artículo del diario Der Spiegel del 7 de julio de 2003, un joven,

un brillante periodista que, entre otros periódicos, trabaja para Der

Spiegel, habla de su larga adicción a la heroína. Citaré aquí algunos

fragmentos de su relato, cuya sinceridad y franqueza me conmovieron

sobremanera:

«En algunas profesiones, consumir drogas para ser más creativo acaba por dar un

impulso a tu carrera. El alcohol, la coca o la heroína empujan a agentes, músicos y

demás estrellas mediáticas. Sobre su adicción y su doble vida escribe un conocido

periodista y adicto a las drogas desde hace tiempo.

»Dos días antes de Navidad intenté estrangular a mi novia. En los últimos años, mi

vida se había vuelto caótica, en particular cuando se aproximaban las Navidades y la

Nochevieja. Desde hacía quince años luchaba contra mi dependencia de la heroína,

unas veces con éxito y otras en vano. Llevaba una docena de intentos de

desintoxicación y dos largas terapias clínicas. Desde hacía unos cuantos meses me

pinchaba de nuevo heroína a diario, a menudo junto con cocaína».

Así se aseguraba el equilibrio.

«Durante casi dos años todo había ido bien, esta vez sí. Entretanto, escribía para las

revistas más interesantes del país, lo que ganaba era aceptable y en verano me había

trasladado a un espacioso piso en un edificio antiguo. Y, lo que quizás era más

importante, me había vuelto a enamorar. Esa noche, poco antes de Navidad, el cuerpo

de mi novia yacía sobre el suelo entarimado y se revolvía debajo de mí: mis manos

estaban en su cuello.

»Unas manos que pocas horas antes me había esforzado con desesperación por

ocultar. Estaba sentado en la suite de un hotel entrevistando a uno de los directores de

cine más famosos de Alemania. En los últimos tiempos me había visto obligado a

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