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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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y espontáneos con tal fuerza que, por lo visto, no ha quedado en sus vidas

ni rastro de ellos. Ya no hay ninguna curiosidad por los sentimientos

ajenos. Las personas que de pequeñas fueron interiormente «masacradas»

dan la impresión de vivir en un búnker interior en el que sólo se les

permite rezar a Dios. En Él delegan su propia responsabilidad y observan

con fidelidad los preceptos de la Iglesia para que el pretendido Dios

amoroso no los castigue por alguna negligencia.

Poco después de la detención de Saddam Hussein empezaron a alzarse

voces en todo el mundo, incitadas desde el Vaticano, moviendo a la

compasión por el tirano sin escrúpulos y hasta entonces temido. Pero, en

mi opinión, al emitir juicios sobre los tiranos no podemos basarnos

simplemente en la compasión hacia las personas para después perdonar

sus actos.

Saddam Hussein nació el 28 de abril de 1937 y creció en el seno de una

familia campesina que no poseía tierras y vivía cerca de Tikrit en

condiciones muy precarias. Según las biógrafas Judith Miller y Laurie

Mylroie (1990), el padre biológico de Saddam abandonó a su madre poco

antes o poco después de que el niño naciera. Su padrastro, un pastor,

humilló al joven constantemente, llamándolo hijo de perra o hijo de puta,

le pegó sin piedad y lo martirizó de forma brutal. Para poder explotar al

máximo la capacidad de trabajo del niño, le prohibió ir a la escuela hasta

los diez años. En vez de eso, lo despertaba en plena noche y le ordenaba

que vigilase el rebaño. Durante estos años tan significativos todos los

niños se forman ideas del mundo y del valor de la vida. Sienten deseos con

cuya realización sueñan. En el caso de Saddam, que fue un prisionero de

su padrastro, el deseo sólo podía ser uno: el poder ilimitado sobre otros. Es

probable que en su mente germinara la idea de que la única manera de

poder salvar la dignidad robada era ejerciendo sobre otras personas el

mismo poder que su padrastro había ostentado sobre él. Durante su

infancia apenas había tenido otros ideales, otros ejemplos: sólo estaban su

omnipotente padrastro y él, una víctima a merced del terror más absoluto.

Conforme a este modelo organizó después el adulto la estructura

totalitaria de su país. Su cuerpo no conocía otra cosa que la fuerza.

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