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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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El «virtuoso del hambre» de Kafka dice al término de su vida que no

ha comido porque no ha logrado dar con el alimento que le gustaba. Eso

mismo podría haber dicho Anita, pero sólo una vez curada, porque sólo

entonces supo qué alimento había necesitado, buscado y añorado desde la

infancia: una comunicación emocional auténtica, sin mentiras, sin falsas

«preocupaciones», sin sentimientos de culpa, sin reproches, sin

advertencias, sin temor, sin proyecciones: una comunicación como la que,

en el mejor de los casos, puede darse entre una madre y su deseado hijo en

la primera fase de la vida. Cuando esa comunicación nunca ha tenido

lugar, cuando al niño se le ha alimentado con mentiras, cuando las

palabras y los gestos han servido únicamente para velar la negativa, el

odio, la repugnancia y la aversión del niño, entonces éste se resiste a

crecer con este «alimento», lo rechaza y luego puede volverse anoréxico,

sin saber cuál es el alimento que necesita. No lo ha conocido; por lo tanto,

no sabe que existe.

Ciertamente, el adulto puede tener una vaga idea de la existencia de

este alimento, y es posible que empiece a darse atracones y a engullir de

todo, sin criterio alguno, buscando aquello que necesita pero no conoce.

Entonces se convierte en un obeso, en un bulímico. No quiere renunciar,

quiere comer, comer sin parar, sin límite. Pero dado que, al igual que el

anoréxico, no sabe lo que necesita, nunca se sacia. Quiere ser libre, poder

comer cuanto quiera y eximirse de toda obligación, pero acaba viviendo

supeditado a sus orgías alimentarias. Para librarse de ellas necesitaría

comunicarle sus sentimientos a alguien, vivir la experiencia de ser

escuchado, comprendido y tomado en serio, de no tener que esconderse

más. Sólo entonces sabrá que éste es el alimento que ha estado buscando

durante toda su vida.

El «virtuoso del hambre» de Kafka no le puso nombre a este alimento,

porque tampoco Kafka podía nombrarlo; de pequeño no conoció una

comunicación verdadera. Pero sufrió lo indecible por esta carencia; todas

sus obras no describen otra cosa que comunicaciones defectuosas: El

castillo, El proceso, La metamorfosis… En todas estas historias sus

preguntas nunca son escuchadas, reciben extrañas tergiversaciones como

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