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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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puesto todo su empeño en los entrenamientos para llegar a vivir este momento, el

momento en que los padres se enorgullecen de él? Pero ¿se siente querido? ¿Tendrían

los padres la misma ambición absurda si lo quisieran de verdad?, y ¿habría él

necesitado ganar una medalla de oro si hubiese estado seguro del amor de sus padres?

¿A quién quieren, entonces? ¿Al ganador de la medalla de oro o a su hijo, que tal vez

haya sufrido por la falta de amor? Vi al ganador en la pantalla y en el momento en que

se enteró de su victoria, rompió a llorar y se estremeció. No eran lágrimas de felicidad,

podía percibirse el sufrimiento que le estremecía y del que seguramente él no era

consciente.

»5 de marzo de 1998

»No quiero ser como queréis que sea. Pero no tengo el valor de ser como me

gustaría ser, porque sigo sufriendo con vuestras censuras y mi aislamiento. Y si quiero

gustaros, ¿acaso no estaré sola? Porque entonces me traicionaré a mí misma. Cuando

mamá estuvo enferma hace un par de semanas y necesitó mi ayuda, casi me alegré de

tener una excusa para ir a casa. Pero enseguida se me hizo insoportable la forma en que

se preocupa de mí. Yo no tengo la culpa de notar siempre la hipocresía. Mamá

argumenta que se preocupa por mí y con ello se vuelve imprescindible. Me entran

tentaciones de creer que me quiere, pero, si me quisiera, ¿no notaría yo su amor? No es

que yo sea perversa, me doy cuenta de que alguien me quiere, de que me deja hablar y

se interesa por lo que le digo. Pero con mamá lo único que siento es que quiere que

cuide de ella y la quiera. Y encima pretende que me crea lo contrario. ¡Eso sí que es

chantaje! A lo mejor ya lo percibí de pequeña, pero no podía decirlo, no sabía cómo.

Ahora sí lo sé.

»Por otra parte, me da pena, porque también ella está hambrienta de relaciones. Pero

se da aún menos cuenta de esto que yo, y lo puede demostrar menos que yo. Está como

enjaulada, y en esta jaula debe de sentirse tan abandonada como para tener que

reafirmar su autoridad constantemente, sobre todo conmigo.

»Otra vez intento entenderla. ¿Cuándo podré liberarme de esto? ¿Cuándo dejaré, al

fin, de ser la psicóloga de mi madre? La busco, quiero entender la, quiero ayudarla.

Pero todo es inútil. Ella no quiere dejarse ayudar, no quiere dejarse ablandar, da la

impresión de que sólo necesita autoridad. Y yo ya no voy a seguirle el juego. Espero

que me salga bien.

»Con papá es distinto. Él se rige por sus ausencias, nos evita a todos, hace

imposibles los encuentros. Tampoco en el pasado, cuando yo era pequeña y él jugaba

con mi cuerpo, decía nunca nada. Mamá es diferente. Es omnipresente, sea chillando o

haciendo reproches, con su necesidad o con sus quejas. Nunca podré esquivar su

presencia, pero sí puedo dejar de alimentarme con ella. Me destruye. Aunque la

ausencia de papá también me resultaba destructiva, porque como niña necesitaba

alimentarme a toda costa. ¿Y cómo iba a hacerlo si mis padres me lo negaban? El

alimento que necesitaba con tanta urgencia era una relación, pero ni mamá ni papá

sabían lo que era eso y temían todo vínculo conmigo, porque de pequeños ellos

mismos sufrieron abusos y nadie los protegió. Vuelvo a caer en lo mismo: ahora intento

entender a papá. Es lo que he hecho sin parar durante dieciséis años y ahora, por fin,

quiero librarme de eso. Porque papá ha sufrido la soledad, pero lo cierto es que a mí me

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