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El cuerpo nunca miente - Alice Miller (2)

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El diario ficticio de Anita Fink

Entre las muchas cartas y diarios que a menudo recibo, hay numerosos

testimonios de los más crueles malos tratos infantiles, pero también —

aunque son pocos— informes de terapias que ayudaron a estas personas a

paliar las consecuencias de los traumas de su niñez. En ocasiones me han

pedido que escriba acerca de esas biografías, pero casi siempre dudo,

porque ignoro si dentro de unos años a la persona en cuestión le seguirá

gustando aparecer en un libro ajeno. En este caso, he decidido escribir un

relato ficticio, pero que está basado en hechos. Supongo que muchas

personas han soportado un sufrimiento similar, sin haber tenido la

oportunidad de una terapia que haya sido beneficiosa. Una chica, a la que

he llamado Anita Fink, habla aquí de la evolución de su terapia, que la

ayudó a liberarse de una de las enfermedades más graves: la anorexia

nerviosa.

En general, ya no se pone en duda, tampoco entre los médicos, que se

trata de una enfermedad psicosomática, que la psique se ve «afectada»

cuando una persona (la mayoría de las veces joven) pierde tanto peso

como para que su vida peligre. Pero el estado anímico de estas personas

casi siempre permanece en una nebulosa. En mi opinión, también para no

desobedecer el cuarto mandamiento.

Ya me referí a este problema en La madurez de Eva, pero me quedé en

la polémica contra la praxis actual, cuyo objetivo en el tratamiento de la

anorexia nerviosa es el incremento de peso, mientras que las causas de la

enfermedad permanecen ocultas. No deseo continuar aquí esta polémica;

en lugar de eso, quisiera mostrar una historia cuyos factores psíquicos

pueden conllevar el desarrollo de una anorexia nerviosa, que, como en este

caso, puede curarse abordando dichos factores.

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